Excesos

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Lo de Jesús siempre es excesivo, es esa medida desbordante y remecida de la que también él nos habla. El Evangelio del domingo no es una mera multiplicación de panes y peces, no es una operación algebraica fría o una solución de empresa con buenas intenciones. No es solucionar el hambre de una manera definitiva (mañana también iban a tenerla).

Es el dibujo del Reino con cinco panes y dos peces. Ese trazo desmedido, enrome, exorbitante, profuso. Ese ofrecer gratis lo que otros tasan de manera egoísta y mercantilista, privatizando lo que nació común.

Convierte la preocupación evasiva («Mándalos a sus casas») en servicio de discípulos que tienen que partir y repartir. Es la locura de una bendición mirando al cielo que hace verdad esas palabras que siguen siendo actuales: «Dadles vosotros de comer».

Y es, al final, un saciar de manera también exagerada porque todavía sobra: doce cestas llenas.

Quizás sea más sencillo decir que el «milagro» es que todos pudieron comer porque todos compartieron lo que llevaban encima sólo para ellos.

Pero yo me quedo con lo desconcertante de un signo, casi caprichoso, que sólo soluciona lo inmediato y que muchos no van a entender, ni siquiera sus discípulos (Cf. las aclaraciones que les tiene que hacer Jesús y cómo mucha gente lo buscaba para que les diese de comer). Con un signo desbordante y desbordado, con unas sobras que pueden parecer ofensivas (podía haber calculado mejor…), con una gratuidad que sólo Dios se puede permitir. Puede ser más fácil quedarnos sólo con la «moralina» (hay que compartir), pero Jesús va más allá, siempre va más allá, y nos sigue diciendo que el Reino es desbordarse excesivamente, aunque nosotros no entendamos o no queramos, incluso a nuestro pesar.

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