El otro día pasé por un edificio que tiene la Fundación Albéniz cerca del metro Ópera y caí en la cuenta de que habían puesto en la pared del edificio una frase que encierra una gran verdad: nulla ethica sine aesthetica.
Y más allá de las sublimes y elevadas reflexiones de esos filósofos cuyo recuerdo debe estar en algún lugar de mi inconsciente y que afirmaban que lo bello y lo bueno eran la misma realidad, la experiencia cotidiana demuestra que quien se deja sobrecoger por la hermosura de una imagen, quien es capaz de poner palabra, sonido, color o forma a lo que el ser humano no puede expresar de otro modo, quien se emociona ante una puesta de sol… ¿cómo puede hacer daño a alguien?
A la Vida Religiosa… ¿no nos faltará estética? (y, por supuesto, no me refiero al “fondo de armario”… ¡qué también!). Quizá otro gallo nos cantaría si en vez de enarbolar eso de sine ecclesia nulla salus (o sus versiones actuales mucho más sutiles: sin hábito no hay VR, sin vocaciones no hay esperanza, sin religiosos/as las cosas no funcionan…) empezáramos por decidirnos a poner en práctica esto de nulla ethica sine aesthetica… porque, en realidad, seguimos “al más bello de los hombres” (Sal 45,3).