ESTUDIAR TEOLOGÍA DE LA VIDA RELIGIOSA: SINTONÍA DE AULA Y VIDA

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El proceso de transformación de la vida religiosa, sus estructuras y presencias es imparable. No se trata de una cuestión cronológica y numérica, que también. Se trata de su identidad. Otra presencia que nace de otra visión y otra consciencia que sostiene a los consagrados y consagradas como nuevos testigos en una sociedad abierta, contemporánea, en muchos casos difícil y, siempre, llena de posibilidades.

Superada la vieja ruptura entre la acción y el pensamiento; entre los que sostenían que lo urgente era arar nuevos campos y quienes gastaban su tiempo en pensar cómo hacerlo, lo cierto es que, de manera firme, hay que reconocer que las verdaderas propuestas de novedad nacen de un pensamiento bien construido, en diálogo, consciente de necesitar estar informado por un conocimiento amado y amable de la realidad. El contexto de misión no solo puede ser percibido, de manera parcial, por lo que se presenta ante los ojos, sino que ha de ser leído en complementariedad y armonía con lo recibido en la historia, por lo vivido en otras latitudes y por la reflexión que, desde dentro y fuera de la Iglesia, constantemente nos llega. Esa información, sostenida desde la conciencia vocacional de saberse –la vida consagrada– en una llamada urgente a vivir aquí y ahora el Reino, posibilita la verdadera transformación que, en nuestros días, es una auténtica reforma de la vida religiosa.

Acabo de llegar de Honduras. Las visitas a otras culturas de quienes nos asomamos a ellas puntualmente son siempre fragmentadas. Son visiones marcadas por impresiones primeras a las que les falta poso. Son visitas con los ojos y la boca del corazón abiertos porque lo urgente es captar, escuchar y gustar cómo es la realización diaria de quienes viven con conciencia de vocación- misión en totalidad. Uno se desplaza para ofrecer una reflexión que se pretende deje de ser eurocéntrica y curiosamente es el mensaje más nítido que recibe. La teología de la vida consagrada es, por definición y vocación, universal, porque también ha superado la nota cultural como apellido, para reencontrarse con su esencia de definición que, pronunciada de manera distinta, circula, sin embargo, muy similar en todas las culturas e idiomas. Se trata de esa totalidad y gratuidad que siempre es fácil de entender y reconocer en quienes encarnan su consagración en este presente con una «toma de tierra» coherente y una «toma de transcendencia» evidente. Así la verdadera nota de interculturalidad es universal, real, concreta y expresiva y se manifiesta en una rotunda sencillez de principios y una real implicación en los procesos, haciendo de los consagrados los interlocutores capaces de Reino para este presente. Desde luego, no los únicos, pero sí entre quienes están facultados para posibilitarlo porque la vida y misión de la consagración se expresa en comunidad que es un idioma comprendido, aceptado y valorado en la gran asamblea del mundo.

Durante muchas horas, en las clases del Instituto teológico de Vida Religiosa de Madrid, nos asomamos, gracias a la reflexión provocada y ofrecida por el alumnado y profesorado, al rostro real de la vida consagrada que construye el siglo XXI. Como todas las parábolas, se ofrece en la concreción de vidas reales, aspiraciones reales y luchas concretas. En estos 10 años de docencia cada historia personal se ha convertido en un itinerario interesante de encarnación del carisma en el tiempo. Se articula, en cada joven consagrado, la cuidada y lenta programación para proponer palabras sabias y cargadas de savia carismática para sus contextos. Madrid y nuestras aulas tienen mucho de laboratorio de fraternidad que, curiosamente, nunca pierde el realismo de los lugares de Reino en los cuales los carismas tendrán vida. Son experiencias de formación integral donde la sucesión de materias se teje y entremezcla con la sucesión de experiencias vitales que constituyen la propia vocación.

Llevo encontrándome un tiempo con aquellos y aquellas que, en su momento, fueron alumnos. La conclusión, sin exclusión, es que están dando vida en sus casas carismáticas. Sus vidas no están marcadas por un inmediatismo que ciega, sino que tienen visión. Asumen la parcela de misión con visión de totalidad, sin perderse en la anécdota. El recuerdo de sus clases, y lecturas propuestas, les ayudó a ser, a pensar y pensarse. No son religiosos a merced de pequeñas impresiones sino al servicio de grandes causas. Están poniendo nombre a la transformación de sus propias congregaciones, porque leen su vocación en clave de Reino y en la comunión de la Iglesia que lo anuncia. Sus vidas, todavía jóvenes, nos hablan de una vida religiosa en reforma, esperanzada y no nostálgica. Abiertamente anuncian que el futuro será porvenir y será diferente, porque están disfrutando un presente que también lo es. Se han ganado la confianza de sus congregaciones porque en su especialización en Vida Religiosa, han aprendido a confiar en sí mismos y mismas, al entender la formación como proceso, como experiencia de fe orientada e iluminada por la misión.

Vuelvo cansado de Honduras. Muy cansado. No podría, sin embargo, decir que el cansancio es mayor que la esperanza. La encarnación de un nuevo estilo de vida religiosa da fruto y lo hace con la abundancia que el Espíritu necesita. La reflexión, la teoría y la búsqueda se hace cuerpo en la existencia de un buen grupo de religiosos y religiosas que están palpando al ritmo de la calle que los valores de la consagración son necesarios, transforman la sociedad y la hacen nueva. La reflexión teológica sobre la vida consagrada hace a nuestros alumnos y exalumnos expertos en humanidad; líderes de la reconciliación, en sus casas y sus vidas, y anunciadores de un tiempo nuevo.

Por eso, para asomarnos al mañana en nuestras congregaciones, más que incorporar cambios puntuales, asumir nuevas denominaciones o mover fronteras, qué bueno sería dedicar tiempo, y tiempo abundante, para formar, fortalecer y encarnar los principios teológicos de la vida consagrada en quienes, con el Espíritu, están las manos de la transformación del tiempo que viene.