Cuando me propusieron esto del blog me quedé pensando un rato (no demasiado) y me pregunté si lo debería hacer o no. Me decidí por el sí sin darle muchas vueltas.
El título tiene su razón de ser: es ese no saber tan práctico y tan corriente en la sociedad occidental en la que vivo. No se trata de una opción por la duda absoluta, sino de ese no saber suave y difuminado que te capacita para no caer en dogmatismos estériles y enconados.
Ese no saber libre y atento a lo que pasa por dentro y por fuera, por esas afueras que ya forman parte de uno mismo si dejas que penetren cuándo y cómo quieran.
Sé (dentro del no saber) que hay muchas personas a las que les molesta esta visión de lo que es, que precisan oír y ver groseramente y de modo directivo. Hay quienes ese no saber les pone muy nervioso porque desmonta sus seguridades superficiales o sus saberes aprendidos en las tardes de academia o catequesis.
Los finales abiertos o los textos equívocos (o ideas o películas o parábolas o gestos o imágenes) suelen conllevar la ardua e incómoda tarea de la interpretación y del repensar lo que ya sabíamos. Pero quizás esa sea la esencia del evangelio, quizás. Ese intentar ver, oír, palpar, pensar más allá de la imágenes aprendidas de un Dios que ya no nos sorprende y del que creemos saber casi todo. O quizás, solo quizás, pretendamos ser como Dios comiendo del árbol seguro y férreo de la ciencia del bien y del mal… Que de todo hay