Comenzamos el Adviento con estas palabras del Señor Jesús: Estad atentos.
No son en tono de amenaza o un mero juego-trampa del despiste. Son, más bien, una invitación a que nos fijemos en las personas y realidades que nos suelen pasar desapercibidas.
Los sentidos son selectivos, son permeables sólo a una pequeña parte de los estímulos exteriores e interiores.
El Adviento no es sólo tiempo de espera (la encarnación ya nos fue dada de una vez para siempre, ahora traspasada de eternidad en el Resucitado), sino que es tiempo de percepciones. De percibir lo pequeño en lo cotidiano.
La encarnación del Dios de la Vida no fue un hecho deslumbrante que atrajo hacia sí la atención de todo el pueblo de Israel. Fue un nacimiento frágil y sin aspavientos. Hubo signos, pero signos que sólo fueron comprendidos por unos pastores y unos Magos venidos de lejos, unos extranjeros. Esos signos estaban puestos para todos, pero sólo unos pocos supieron interpretarlos, supieron ver en lo cotidiano la fuerza de una carne como la nuestra, plena de divinidad.
Por ello, el adviento para nosotros también es esa búsqueda, ese ejercicio gratuito de fijarse en los pequeños signos encarnativos que nos devuelven la imagen del Dios de la fragilidad, plasmado (semillas del Verbo) en tantas personas y acontecimientos diarios. Seguro que no está en lo espectacular que bombardea y embota nuestros sentidos. Probablemente se encuentre en lo diminuto de la rutina, fuera y dentro de nosotros mismos.
Feliz Adviento, feliz búsqueda