Hay una canción del cantautor cubano Silvio Rodríguez que tengo puesta mientras escribo esto: “Tocando fondo”. De vez en cuando me gusta escucharla, sobre todo cuando paso momentos en que me encuentro un poco confundida. Esos momentos en que la luz se va, de pronto pesa la vida, me siento torpe, y me invaden sentimientos que no me hacen estar bien conmigo misma. Me juzgo, casi sin darme cuenta, y tengo pocas ganas de relacionarme, de ver gente. Ando como la samaritana, yendo a mediodía al pozo para no encontrarme con nadie; y siento una invitación grande a acogerme ahí y a reconocer que ando tocando fondo. Aún así, me cuesta darme permiso, hay tantas personas que tienen motivos para encontrarse mal, que tienen dificultades… y quiero tenerlas presentes cada día, mientras espero que Alguien venga a descubrirme mi sed verdadera y aquello que atasca mis canales.
Los momentos de “tocar fondo” son sacudidas que nos hacen caer en la cuenta de nuestra pobreza radical, de la necesidad de curación y de pacificación que tenemos. Entonces me reconozco en todos los personajes que acuden a Jesús necesitados: en la suegra de Pedro con esa fiebre que tiene retenida su vida, en Leví enredado en su mostrador, en ese publicano que también toca fondo; en los discípulos que cansan a Jesús con su estrecha fe. Y a veces, sin confesarlo, querría que otros me llevaran ante Él, como los cuatro amigos del hombre paralizado. Doy gracias porque sus historias estén en el Evangelio y porque puedo esperar con ellos esa mirada y esa voz. Entonces me salvan los rostros cotidianos que me hacen no olvidar que en un lugar del corazón hay una perla escondida.
Quiero traer al recuerdo la vida de una mujer judía: Rita Levi-Montalcini, neuróloga y nobel de medicina, que falleció en Roma hace unos meses, a los 103 años. Su padre no la dejó estudiar hasta los veinte y ella decidió que no se casaba para poder dedicarse a la pasión de su vida. No se consideraba creyente pero vivía al Dios desconocido en su ancho corazón. Fue una mujer valiente y serena, comprometida con la dignidad de los seres humanos. Ella decía: “Lo importante es la forma en que vivimos y el mensaje que dejamos”. Su último proyecto fue una fundación dedicada a prestar ayuda para la educación de mujeres jóvenes en África. Tituló sus memorias “Elogio de la imperfección”. A los 93 años le hicieron una entrevista, y me quedó grabada su frescura vital y su repuesta a una pregunta de la periodista: “¿A usted qué le gustaría hacer si tuviera treinta años menos? Y ella respondió sorprendida y sonriente: “¡Lo que estoy haciendo ahora!”.