ESAS ESTRELLAS… FUGACES

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Soy de los que se ofenden con la tradición por la tradición. El, siempre se ha hecho, o la consabida constante histórica me vienen pareciendo las justificaciones de quien tiene poco argumento vital, afectivo y real.

Hoy, sin embargo, tengo que reconocer que hay algo que se repite y repite, como si estuviésemos descubriendo el Amazonas, cuando su realidad, presencia e historia son más que evidentes.

Me refiero a las estrellas fugaces en las congregaciones y órdenes. Todos sabemos que «no deberían existir estrellas fugaces». Si existiesen sería preocupante, porque las congregaciones necesitan habitarse de personas, de carne y hueso, con historia, carencias y necesidad de aprendizaje y conversión. Sobre todo, las congregaciones necesitan personas con vocación. Ese es el quid y no otro.

Constantemente aparecen en congregaciones masculinas y femeninas, estrellas fugaces. Aparecen porque personas débiles –aunque con poder– las fabrican. Indican e inducen cómo tienen que pensar, qué deben decir, incluso, cómo deben corregir a los demás. Esas estrellas fugaces llegan a impostar principios, normas y disposiciones con la fuerza que les da el saberse sostenidos o sostenidas, aunque no sientan ni sepan qué están exigiendo a sus hermanas o hermanos. Llegan a creerse una vida de ficción que, poco a poco, los va asfixiando. Tienen cualidades objetivas, no tantas como cacarean sus mentores y mentoras, pero son personas con cualidades y, al principio, con vocación. Con el paso del tiempo, cuando la estrella va cogiendo fuerza, la vocación va desapareciendo. A esas alturas los creadores del estrellato ya están tan cegados por la luz como para captar la ambigüedad del joven-no tan joven convertido en «profeta, o profetisa de ventura y desventura de sus hermanos».

La dependencia de estas estrellas fugaces es tan de libro que les ofrecemos todo lo que está en nuestra mano y, a veces, lo que no está. Cargos y prebendas para que esté a gusto, aunque siembre desconcierto y repulsa en los coetáneos o coetáneas de la estrella, que solemos zanjar diciendo que tienen celos porque, ni de lejos, llegan a brillar como la estrella fugaz.

Reconozco que me he hartado de hablar del brillo de mentira de las estrellas fugaces. Que son brillos de baratija, irreales, impostados y crueles. Son brillos que suenan, pero vacíos de Dios, llenos de ídolo. Nacen, crecen y se desarrollan las estrellas fugaces en sociedades en crisis. En congregaciones en crisis, en provincias acabadas y en contextos sin fe.

Hace nada me ha llegado la noticia de la caída de una estrella fugaz. Sol lo ha sido todo en su congregación, porque en realidad no ha sido nada. La congregación y sus hermanas han sido la horma para estuviese contenta, feliz y realizada. Destinos a su medida y cargos a su medida, para que la súper estrella creada por la congregación brillase, al precio que fuese.

Su superiora me ha comentado lo que hay y lo que viene. Me ha pedido que lo piense y analice, pero que no dé el nombre. Hasta en la caída la estrella necesita una salida digna, silenciosa y, hasta donde se pueda, honesta. Y lo preocupante no es esto, ni el dato. Las personas pasamos y las instituciones y el don carismático permanecen. Lo importante es la enfermedad de nuestras casas que esta fabricación artificial está denunciando y es que, al precio que sea, necesitamos fabricar estrellas: hijos e hijas que a nosotros se parezcan, personas que, con cara de este tiempo, hablen como si fuesen de otro, «becerros de oro» que serenen la nostalgia de éxito en medio de tanta crisis. Necesitamos sentir que nuestros procesos «producen» biografías de éxito… Aunque con la boca pequeña y de bruces ante el Señor reconozcamos que nuestra única valía es nuestra pobreza. No importa, pasarnos la vida anhelando éxito, reconocimiento y poder.

Acaba de caer Sol, que no se llama así. Estrella fugaz fabricada por sus «hermanas» o, mejor dicho, por las que mandan entre sus hermanas. No será, desgraciadamente, la última caída. Estrellas, satélites y otras fabricaciones de nuestra imaginación no forman parte ni del seguimiento, ni de la fraternidad que busca el reino.

Lo peor de todo, es que mientras escribo estas líneas, en algún lugar se está alentando otra estrella fugaz. Se está creando la ficción de que alguien es y puede ser súper hombre o súper mujer y hasta quizá le estemos o la estemos ayudando a pensar, sentir y hablar como nosotros… porque lo importante es que parezca, aunque no sea.

Eso, me temo, si es constante histórica.