Es Pascua: “verdaderamente ha resucitado el Señor”.
Es Pascua: la fe no aparta la mirada de Cristo resucitado; su resplandor ha iluminado nuestra vida, su presencia nos ha llenado de paz y de alegría, de él hemos recibido el Espíritu Santo.
El Espíritu, la alegría, la paz, la esperanza de la gloria, son frutos de la vida entregada de Cristo Jesús, frutos de su amor hasta el extremo, son los frutos de la Pascua.
Es Pascua: el Buen Pastor, el que dio su vida por sus ovejas, ha resucitado, vive para siempre, vive para ellas.
“Verdaderamente ha resucitado el Señor”: Es su Pascua; es nuestra Pascua; es la Pascua del mundo en Cristo Jesús.
Es Pascua: me lo va diciendo el corazón, pero mis ojos, mis ojos no ven más que hombres, mujeres y niños humillados, aterrorizados, heridos, hambrientos, aplastados, crucificados.
Es Pascua: lo va gritando mi fe, pero a la vista de todos la paz sucumbe desintegrada por la injusticia, por el odio, por la prepotencia, por la ambición, por la crueldad, por la sed de venganza.
Es Pascua: la fe ha pedido palabras al salmista para decir de Cristo resucitado, para ver en él “la piedra que desecharon los arquitectos”, la que “es ahora la piedra angular”. Pero la memoria del día se llena de “piedras desechadas”, descartadas, desdeñadas, despreciadas: hombres, mujeres y niños arrojados a las arenas del desierto, al fondo del mar; sepultados bajo montañas de escombros, atormentados con hambre y sed, frío y calor, humillación y terror, como si el mal hubiese concentrado todo su poder contra los pobres, con los últimos, contra la fe, contra la Pascua, contra Dios.
Aún así, la fe se obstina en escuchar, unida a la de Cristo resucitado, la voz de esa humanidad derrotada, la voz de los crucificados con él, la voz de todos aquellos en los que él continúa abandonado: “Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia”; la piedra desechada es ahora la piedra angular, “es el Señor quien lo ha hecho… Tú eres mi Dios, te doy gracias; Dios mío, yo te ensalzo”.
Y aún se atreve a más esa fe obstinada, pues ella ve que son precisamente los derrotados, los crucificados, los que hoy pueden decir con toda verdad: “el Señor es mi pastor, nada me falta”; la paz y la alegría son herencia de los pobres; de los pobres es la vida que la fe ha visto eternizada en Cristo resucitado.
Es verdad, es Pascua para los pobres: los salva el que por ellos ha dado su vida, los llama por su nombre el que los conoce y los ama.
Y es Pascua también para ti, Iglesia cuerpo de Cristo, comunidad de hijos de Dios congregada en presencia de tu Señor: “Ha resucitado el Buen Pastor, el que ha dado la vida por sus ovejas, el que, por su rebaño, se enfrentó a la muerte”, el que es tu resurrección y tu vida.
Escucha su voz, comulga con él, para que él viva en ti y tú vivas para siempre en él. Entonces podrás decir al mundo entero: “verdaderamente ha resucitado el Señor”. ¡Es Pascua!