«ES EL SEÑOR»

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El que narra los hechos le llama Jesús: “Jesús se apareció otra vez a los discípulos”.

Y el que lo reconoce, le llama Señor: “Aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: «Es el Señor»”.

Jesús es nombre que da el cronista.

Señor es nombre que da la fe.

El vidente escuchó la voz de millares y millones de ángeles, que decían: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”. Y tú vas repitiendo con el discípulo amado lo que la fe ha grabado a fuego en tu corazón: “Es el Señor”.

El vidente oyó también a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo tierra, en el mar, que decían: “Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Y tú, discípulo amado, continúas diciendo: “Es el Señor”.

Al vidente se le concedió asomarse al misterio de la liturgia celeste, y nosotros, de su mano, nos adentramos en el misterio de la celebración litúrgica de la Iglesia que peregrina en la tierra: El mismo Cordero degollado que es el centro del  cielo, el mismo Señor que es el centro del universo, él es el centro de nuestra comunidad eucarística, él es el centro de la vida de cada uno de los fieles.

Cada vez que escuchamos la palabra de las Escrituras santas, la fe va repitiendo: “Es el Señor”.

Siempre que nos unimos en oración al pueblo fiel congregado para la Eucaristía, todo nuestro ser sabe que aquella comunidad a la que pertenecemos “es el Señor”.

Hoy oímos las palabras del evangelio: “Venid, almorzad”; y también nosotros nos disponemos a comulgar “sin preguntarle quién es” al que nos invita, “sin preguntarle quién es” al que nos alimenta, “sin preguntarle quién es” al que es nuestro alimento, porque sabemos que “es el Señor”.

Oímos de hombres, mujeres y niños deportados, humillados, esclavizados, torturados, asesinados en la frialdad obscena de nuestras fronteras, en la perversión infernal de nuestras guerras, y el corazón se precipita de angustia porque, a la luz de la fe, en fronteras y guerras, los discípulos de Jesús vemos que la víctima es siempre al Señor.

Los que crucifican, os prohibirán formalmente hablar de sus víctimas. Los que crucifican se hacen la ilusión de que también Dios está de su lado. Pero tú sabes que Dios llora en los crucificados, en ellos sangra, siente terror y angustia, con ellos muere crucificado.

Los que crucifican, los responsables del sufrimiento y de la muerte de Jesús en tantos hijos de Dios, reclamarán tu silencio, intentarán desacreditar tu voz, pero tú no puedes dejar de dar testimonio de lo que has visto: “Es el Señor”.

Y a quienes la luz de la fe no les permita aún ver al Señor, que la mirada del corazón compasivo les lleve a cuidar de los pobres, y habrán acudido, aunque no lo sepan, a Cristo el Señor.

Feliz encuentro con el Señor en el misterio de la Eucaristía y en la vida de los pobres.

Feliz domingo.