Lo que aconteció en aquel tiempo, el primer día de la semana y ocho días después, nos revela lo que acontece cada domingo en la asamblea litúrgica de la comunidad cristiana: hoy somos nosotros quienes nos encontramos con el Señor y recibimos de él su evangelio de paz: “Paz a vosotros”.
Es la paz que habíamos visto entrar como un río de misericordia y perdón, de salvación y de gracia, en el cuerpo de enfermos y endemoniados, en casa de Zaqueo el publicano, en el corazón de una prostituta rica de pecados y de lágrimas, en la vida de un ladrón a las puertas de la muerte.
Quien, resucitado, nos saluda hoy con la paz, es el mismo Jesús que, crucificado, nos dio entonces su perdón y nos miró con misericordia.
Es Pascua: Cristo resucitado ofrece la paz a la comunidad de sus discípulos, y no hay comunidad de discípulos sin paz de Cristo recibida y comunicada.
Podemos decir con verdad: como el Padre ha enviado a Jesús para que fuese nuestra paz, así Jesús nos envía, para llevar su paz a todos los hombres: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”.
La comunidad cristiana, comunidad animada y guiada por el Espíritu de Jesús para ser entre los hombres presencia viva del Señor, recorre, como Cristo, los caminos de la humanidad, y va curando enfermos, liberando cautivos, reconciliando enemigos, consolando a quien llora, acogiendo a quien anda necesitado de reconciliación y de ternura.
Sólo una comunidad fiel a su vocación de curar, liberar, reconciliar, perdonar y acoger, puede iluminar el camino de los que buscan a Dios, pues en la vida de esa comunidad todos podrán conocer las maravillas que el amor de Dios realiza.
Dichosa la comunidad que, enviada al mundo con el evangelio de la paz, sea por la vida de sus fieles un signo de que Cristo vive.
Feliz domingo.
P.S.: Matar, destruir, justificar la muerte y la destrucción, y hacer la señal de la cruz para vestir de piedad esos crímenes, es negar a Dios, es hacer escarnio de Jesús, es profanar la cruz de salvación, es blasfemia.