Enseñar con autoridad

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Hoy la autoridad es una de las realidades más cuestionadas socialmente. En muchos casos se entiende como imposición, recorte de libertades, sometimiento… Esto también sucede al interior de la Iglesia.

En cambio, Jesús tenía (tiene) una autoridad diversa. Una autoridad que brotaba de su manera de entender la realidad y las relaciones. Que nace también de la obediencia al Padre. Muchas veces se presentó esta obediencia como ciega, exenta de cualquier duda, acrítica, como si fuese una marioneta en manos del Padre Dios. No es cierto.

Jesús discierne, pone en juego su propia libertad para ponerla en consonancia (no sin luchas) con ese gran proyecto que es el Reino. Largos momentos de oración, tentaciones que se deben vencer, ensayo y error, formaron parte de la vida del Nazareno. Es más bien, un ir adecuando la vida al latido del Padre y también este Padre adecua su latido con el de la humanidad. En este doble movimiento, en el que el Espíritu también se entremezcla, se va construyendo la nueva realidad inconclusa del Reino.

Unido a ello surge esa nueva autoridad de Jesús que fascina y cuestiona. No es como la antigua que impone cargas insoportables y fardos inamovibles. Es la del yugo llevadero y la de la carga ligera porque emana de la libertad relacional llevada al extremo. Un amor que se vacía de sí mismo para donarse en gratuidad a aquellos que ya no podían ser amados. A aquellos excluidos y pequeños no amables por sus carencias o por sus excesos. Los que no tenían cartas de ciudadanía en la historia de la salvación, los oprimidos por el mal de los hombres o del sistema.

Obediencia y enseñanza amorosa que devuelven la esperanza de una nueva relación que no sigue los criterios del poder que busca beneficio o rédito: el Reino.

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