Encuentro

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Saliendo de las fiestas de la Navidad nos encontramos de bruces, casi sin poder prepararnos, con el bautismo de Jesús. En este acontecimiento se resume el inicio de la misión del Hijo, como una destilación de lo que fué y será su vida.

Es un momento fuerte de Dios. Uno de esos que nos es regalado a lo largo de nuestras vidas por pura gracia. Un lugar de encuentro hermoso y fugaz que nos lleva a lo más pleno que nos habita. Encuentro que crea lazos de confianza, momento fundante al que hemos de regresar una y otra vez, no con nostalgia de un tiempo pasado sino con esperanza de un horizonte que sigue siendo verdad a pesar de la distancia y la duda.

Y las palabras que pronuncia el Padre también son dichas para cada uno de nosotros: «Este es mi Hijo amado». Principio esencial del que brota la vida entregada, muy distinto a los empeños estériles de un seguimiento de puños y renuncia estéril. El comienzo es el amor derramado a borbotones por un Padre que nos entreteje desde el seno materno. De un querer inmenso que sobrepasa nuestras pequeñas espectativas.

Es el encuentro que posibilita los demás encuentros, el que da calidad generosa a los demás, el que espera siempre en el amor aún a riesgo de equivocarse. El amor de grano de trigo enterrado es la misión de Jesús y la nuestra. Misión arriesgada porque el amor nos convierte en los seres más frágiles pero también en los más hermosos.

Encuentro de Espíritu, agua y fuego que nos conduce al más allá desde el más acá de los gestos concretos de donación y de pérdidas colmadas.

Bautismo de amor pronunciado por el Fiel de una vez para siempre, en ese siempre de compañía eterna donde los otros dejan de ser extraños para convertirse en hermanos.

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