En este tiempo de Navidad es bueno recordar eso que decía el Concilio Vaticano II: “el misterio del ser humano se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, al revelar el misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre”. Al manifestar a Dios como Padre amoroso, Cristo nos descubre a todos como hijos y hermanos. Así manifiesta como constitutivo del ser humano una doble dimensión indisociable: la de la filiación divina y la de la comunión fraterna de alcance universal. En la relación con Dios y en el encuentro con las demás personas se muestra un modo de ser humano en el que encontramos nuestra más lograda identidad.
Aún más: en Cristo encontramos el modelo más logrado de esta filiación y fraternidad. Cristo manifiesta lo que es ser humano en plenitud. Mirándole a él, descubrimos lo que somos y podemos ser nosotros. Por esta razón se le puede calificar de “Hombre perfecto”, no sólo porque tiene una verdadera naturaleza humana (perfecto hombre), sino porque ha llevado al ser humano hasta su total y plena capacidad (hombre perfecto), hasta su más alta cota de humanización, que es el encuentro y la comunión con Dios. Se comprende así que San Pablo diga que todos estamos llamados a “reproducir”, o sea, a producir de nuevo, la imagen del Hijo (Rm 8,29), para alcanzar así nuestra verdadera dimensión.
José Ortega y Gasset, en una conferencia dada en Madrid el 12 de marzo de 1910, lanzó unas ideas que dan mucho que pensar, tanto más cuanto que dichas por alguien que nunca hizo profesión de creyente. “Se busca al hombre”, dijo provocativamente. Y citando a Hegel añadió: “Cristo es el ensayo más enérgico que se haya realizado para definir al hombre”. Recordando la frase de Pilato sobre Cristo: “Este es el hombre”, Ortega nota que la turba prefirió a otro hombre, a Barrabás. Termino con uno de los mejores párrafos de esta conferencia referido directamente a “la humanización de Dios, al verbo haciéndose carne”: “antes de que esto ocurriera sólo parecían estimables algunos individuos geniales; sólo la genialidad moral, intelectual o guerrera de éstos valía. Pero al encarnarse Dios la categoría de hombre se eleva a un precio insuperable; si Dios se hace hombre, hombre es lo más que se puede ser”.
Cristo eleva a todo ser humano, sin excepción, a una dignidad sin igual. Si Dios se hace hombre es porque el humano es capaz de Dios y, entonces, ser humano es lo más grande que se puede ser.