Para empezar, y por imperativo legal, la mayoría de nuestras actividades están cerradas. Colegios, residencias, parroquias. Eso significa que no hay ingresos. Terrible para las actividades. Terrible, aunque un poco menos, para las comunidades, ya que la edad media hace que una parte considerable de nuestros ingresos provenga de las pensiones. Y esas por ahora no parece que se vayan a ver afectadas por la crisis. Pero el golpe para las actividades puede ser muy fuerte. Y no sabemos todavía por cuánto tiempo se va a alargar la parada de actividad ni en qué condiciones se va a volver.
Por eso, la primera medida debería ser rehacer los presupuestos que hicimos para el 2020. Ahora todo lo que se hizo y se aprobó es papel mojado. La nueva situación ha cambiado de tal modo las circunstancias que hay que hacer de nuevo el trabajo. Aunque solo sea para hacernos un poco mejor a la idea de cuáles y cuántos van a ser los daños. Y empezar a pensar cómo los podremos minimizar, que liquidez vamos a necesitar para cubrir los gastos hasta fin de año dada la falta de ingresos.
Pero antes de hacer ningún cálculo, ya hay una determinación que podemos/debemos tomar: la estricta contención del gasto. En esta situación de emergencia no se trata de hacer recortes estéticos, de quitar un poco de aquí y otro poco de allí. Hay que hacer cortes radicales.
Es posible que haya alguna congregación que disponga de muchos recursos acumulados y se pueda permitir seguir actuando como si nada estuviese sucediendo (¡ojo! que los ahorros se gastan con mucha facilidad; una buena administración debe hacerse siempre como si los recursos fuesen escasos, y más cuando nuestros recursos son para la misión y no para el despilfarro). Pero hay congregaciones que viven con lo justo, que a duras penas han juntado unos pocos ahorros que no llegan para respaldar adecuadamente sus actividades. En este caso el golpe puede ser mortal.
Por eso, hay que contener radicalmente el gasto y aplazar o renunciar a algunos de los gastos previstos. Obras e inversiones que se pensaban como necesarias o urgentes, quizá ahora ya no lo sean tanto. El coronavirus y toda la situación que se ha creado en torno a él marca unas nuevas y diferentes urgencias. No podemos seguir como si nada estuviese pasando a nuestro alrededor. Es tiempo de tomar decisiones radicales y no dejarnos llevar por las inercias.
En estos tiempos la comunión de bienes es también importante. Hay muchas personas y familias que se han quedado sin empleo, que no tienen casa donde confinarse. La crisis económica va a ser, está siendo ya, muy fuerte. Posiblemente más fuerte que la pasada gran crisis, la llamada Gran Recesión (2008-2014), que hizo que en España el desempleo llegase hasta el 26%. Habrá que echar una mano. Los institutos religiosos tendremos que ser generosos. Pero convendría tener presente que, dada la situación, esa generosidad se debería practicar más a nivel provincial o congregacional que a nivel local o personal. Porque a ese nivel es cómo se tiene una mejor perspectiva de lo que se puede o no aportar. Y porque a algunos les encanta disparar con pólvora del rey, sentirse muy generosos pero luego reclamar a la madre provincia o congregación en cuanto les hace falta algo.
Estas son algunas anotaciones que se me ocurre hacer a vuela pluma. Porque en tiempos de desastre hay que tomar decisiones radicales. Hay que asumir que nos ha cambiado la perspectiva, la situación, el entorno. Y tenemos que asumir que nos tenemos que adaptar. Por mucho que a veces con la edad y la arterioesclerosis nos cueste movernos, cambiar nuestras mentes y tomar esas decisiones radicales que tanto nos incomodan.