Nos metemos de lleno en la búsqueda de lo esencial rodeados de ofertas y llamadas al consumo desesperado.
No es fácil salir de esa espiral de los deseos, de las pulsiones del tener para poder ser. El adviento es un momento precioso para poder ir a la esencia de lo que estamos llamados a ser con lo que ya estamos siendo. Tiempo de calma, de gestación reposada, de espera paciente.
Frente al lo quiero ya y lo compro, se abre la posibilidad del permanecer atentos, de recibir lo gratuito, de entretejer sin prisas la salvación del rocío que viene de lo alto para quedarse para siempre.
El Dios que no sabe de negocios toma la decisión amorosa de hacerse uno de nosotros. De regalarse derramado y esparcido en un recién nacido que ya intuimos.
Disfrutemos.