En la despedida de un hombre de paz

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1955

Ángel Aparicio, cristiano, claretiano, profesor y misionero

Permitidme, en esta tarde, que la acción de gracias por un hombre bienaventurado, Ángel Aparicio, se exprese desde la cordialidad y cercanía, desde la «sorpresiva sorpresa de nuestro Dios», como afirma el Papa Francisco, que nos ha llevado a Ángel para un bien mayor.

Quiero deciros, en primer lugar, que la mayor fuerza de nuestra misión está en los lazos sólidos, evangélicos y afectivos que entre nosotros se crean. Llevamos unos días aturdidos por cómo Ángel nos dejo, sencilla y primordialmente porque lo queremos, porque los religiosos además de servir desde nuestros carismas, los celebramos en la armonía y la complementariedad de la comunión. No es cierto, no lo puede ser, que los religiosos somos impasibles o tristes. Que no sepamos querernos. Nos necesitamos, nos ayudamos y complementamos y cuando llega la muerte, nos lloramos. Ángel nos ha recordado a la comunidad de Buen Suceso, que la comunión y la sinergia es el brillo real al servicio de la vida religiosa.

En segundo lugar, ahora que estamos ocupados en cómo orientar, acompañar y explicar este año de la vida consagrada, Ángel Aparicio nos lo acaba de mostrar. Una vida con sentido, con tiempo largo de escucha y rumio de la Palabra, una presencia oportuna y cordial en el acompañamiento personal y, siempre, un sueño de trascendencia. Esta fue la raíz de su misión. Ahora que él ve cara a cara a quien es, nos está mostrando el camino: profundidad y acento en lo importante.

En tercer lugar, querido Ángel, te pido en esta tarde que nos cuides desde tu descanso para que vivamos sin descanso. Has escrito libros que se tienen por las dimensiones de su lomo; has buscado en la Palabra y te has encontrado. Ayúdanos a vivir en búsqueda, que no nos cansemos ni busquemos otra fundamentación que no sea en la palabra. En las publicaciones y en las clases, en artículos cortos y largos, una constante es siempre la convicción secreta y hoy proclamada, de que Dios hace camino con el ser humano, con todo ser humano; esté donde esté y sea quien sea. Que esta sea nuestra lectura creyente de la palabra, sin parcelas ni partidos; sin filias ni fobias. Enséñanos a querer desde la Palabra, para que nuestro corazón se ensanche y nuestra misión sea luz.

Ángel siempre has sido un hombre original. Ya hace años que nos mostraste que las formas no son esenciales. Te hemos podido oír que son tiempos en los cuales hay que cuidar lo particular, la originalidad, porque ahí está la riqueza de la comunidad, de la congregación y de la vida religiosa. Este abrazo de la pluralidad que nos enseña tu pascua, que sea aire de libertad para nuestro vivir como religiosos. Que logremos, con las palabras de Francisco, asumir y celebrar la diversidad como don del Espíritu para este tiempo.

Quiero en esta tarde agradecer a Dios, tu sabiduría llena de humanidad. Siempre el peligro de la vanagloria está acechando nuestro caminar cristiano. En ti Ángel pudimos celebrarte como uno más, feliz en tu misión, sin competición ni alarde. Dominabas, hasta donde un humano puede, la sagrada Escritura. Dabas vida a las lenguas que tantos denominan muertas… Nunca te alejaste de la situación concreta, del problema real, de la vida diaria. No había más que escucharte cómo hablabas de tus hermanos de sangre, de su vida y preocupaciones y, cómo ellos te han devuelto, tanto amor, tanta cercanía, tanta normalidad, tanta vida…

Un misionero claretiano debe ser, por convicción, una persona que no se cansa, que abre caminos. Tú Ángel has llenado de creatividad la inspiración bíblica de la vida religiosa y particularmente de nuestra congregación claretiana. No te has ceñido a derroteros conocidos, has abierto caminos y en ellos has ofrecido muchas posibilidades a quienes te conocieron, muchos, y a quienes te leyeron, muchos más. Resuenan entre nosotros tus galerías inacabadas. En un tiempo difícil para la vida religiosa en occidente, nos has dejado tu galería de ancianos… porque se puede (y se debe) ser profeta en edad avanzada. En un momento en el cual hay que reconocer y subrayar el papel de la mujer en la Iglesia y en la vida religiosa, también nos dejas inspiración en la galería bíblica de mujeres. Estoy seguro, que desde el cielo, nos ayudarás a cuidar esos dos núcleos proféticos de la vida religiosa para este tiempo: la mujer y los ancianos en la vida religiosa.

Pocos son los que no han recurrido al diccionario de vida consagrada, obra de tu tesón y corazón; pocos los que no se han servido de tus textos recopilados del magisterio desde el Vaticano II hasta nuestros días. Aquí y allá; en los lugares donde la vida religiosa se gasta o sueña; donde crece o decrece, tu nombre Angel Aparicio, es un recuerdo constante de alguien que hizo de su vida un esfuerzo enorme, para que otros y otras puedan vivir. Eso es dar la vida.

Querido Ángel, hace unos días los claretianos te despedíamos sobrecogidos y con cariño en Colmenar Viejo, tu última etapa. Desde ese día, muchos hermanos y hermanas se han ido enterando de tu partida y nos escriben diciéndonos palabras hondas en tu adiós. Sería imposible reflejar en este escrito cuantos y quienes te han orado y llorado estos días. Desde la Universidad de Salamanca a la que pertenecemos y perteneces, la comisión Episcopal para la vida consagrada, las revistas de vida religiosa, las conferencias de religiosos y religiosas de todos los lugares, desde tantos sitios… que solo tú, que ya lees con claridad todo, puedes entender y agradecer.

Los claretianos necesitamos tiempo para asimilar y dejarnos enriquecer por tanto bueno como Dios nos ha regalado con la vocación de Ángel. Que sea él, ahora al lado de Dios, quien con paciencia nos vaya enseñando.

Concluyo mis palabras, querido Ángel y queridos hermanos, con la oración y bendición que nos brinda en esta despedida quien será el próximo Arzobispo de Madrid a partir del sábado:

Querido y estimado Gonzalo y comunidad de Buen Suceso me uno a vosotros cuando vais a despedir de este mundo a Ángel Aparicio. Él como estudioso y conocedor de la escritura supo decir y explicar mejor que nadie que si vivimos, vivimos para el Señor y si morimos, morimos para el Señor.  En la vida y en la muerte somos del Señor. Hoy esto no lo explica lo va a vivir. Ofrezco oración por él, por los claretianos y por todas las obras al servicio de la Vida Religiosa por las que se entregó para hacernos descubrir mejor la belleza de esta forma de vida. Descanse en Paz. Con gran afecto y mi bendición.

Carlos, Arzobispo electo de Madrid