Desde hace cuatro años un grupito de laicos de la comunidad y yo hacemos ejercicios espirituales en los primeros días de agosto. Casi siempre acabamos en Sobrado dos Monxes, un monasterio del Císter situado en el corazón de Galicia. Yo hace muchos años que lo conozco y lo vi crecer y madurar y amparar.
También tenemos la suerte de que alguno de los monjes nos dirija los ejercicios. Cada uno es diferente (con la lógica de la libertad, rara avis eclesial), pero todos tienen en común la búsqueda de Dios. Llevan años buscándolo y disfrutando de su búsqueda, comunitariamente. Son cristalización de la Iglesia que camina abierta al Espíritu.
Tienen muy claro que Dios se va revelando en lo sencillo y en la justicia que reclama el Reino, abiertos a la sociedad que está presente en sus vidas (sobretodo las víctimas), aunque a algunos de fuera (mas bien a los de dentro de la espesura neofundamentalista) les parezca un pecado y una falta al carisma fundacional.
Y te dejan entrever en sus vidas que la encarnación no tiene marcha atrás. Que las fronteras entre sagrado y profano ya quedaron rotas por la vida de Jesús, que pasó por el mundo haciendo el bien. Que el Dios trinitario es profundamente humano, de algún modo, en el Hijo y que sólo se puede entender así. Que el Reino es un absoluto en el prójimo. Y todo sin hacer ruído…
