Lo consiguió el fariseo de la parábola, y lo conseguimos también nosotros: presumir de justos sin estar justificados, presumir de ortodoxia sin ser de la verdad, presumir de cristianos y dejar el evangelio fuera de nuestras vidas.
Hemos conseguido conjugar la fe en Cristo con la indiferencia ante los pobres, con la justificación de la violencia, con el desprecio del que no piensa como nosotros, con el odio a quien suponemos que representa un peligro para nuestros intereses.
Se pudiera pensar que hemos arrancado del evangelio algunas páginas: la del publicano y el fariseo, las del sermón de la montaña, la del rico necio, la del epulón indiferente… Pero se puede sospechar también que no hemos abierto todavía el libro, que todavía no nos hayamos puesto a la escucha humilde de Jesús de Nazaret, del que es el evangelio, del que habla en cada página del libro, del que vive en medio de la comunidad creyente… Se ha hecho urgente que nos preguntemos si hemos empezado a creer.
Lo más probable es que el fariseo se ofenda si se le dice que es engañosa su seguridad, que de nada sirve la justicia de la que presume, que su desprecio hacia los demás carece de fundamento, y que desde el templo, a donde había subido creyéndose justo, baja a su casa no justificado.
En una verdadera comunidad eclesial, toda pretensión de superioridad debería naufragar en la verdad de la propia vida, pues todos somos deudores, todos necesitados de la misericordia de Dios, todos acomunados en esa necesidad.
Odio, desprecio, violencia e indiferencia, que suelen formar el cortejo del propio enaltecimiento, destruyen en la comunidad eclesial la imagen de Cristo y son un escándalo permanente para los pequeños en la fe.
Sólo si te reconoces necesitado de salvación, reconocerás en el Señor a tu salvador, sólo así te gloriarás en el Señor tu Dios, sólo así su alabanza estará siempre en tu boca.
Sólo si te reconoces necesitado de salvación, Cristo podrá ser el centro de tu vida, y su Iglesia será para ti la comunidad de los pobres que él ha evangelizado.
El domingo –el Día del Señor- nos recuerda que “Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo”. Sólo quien se acoge con humilde insistencia a la compasión de Dios, bajará a su casa reconciliado, justificado.
Feliz domingo a todos los pecadores.