En comunión con Cristo Jesús

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La eucaristía es memoria que la comunidad eclesial hace de Cristo Jesús, de su vida entregada, de su amor hasta el extremo.

La eucaristía es memoria, no sólo porque en ella nosotros recordamos, sino sobre todo porque ella es para nosotros un memorial del Señor, ella nos lo recuerda haciendo real su presencia, haciendo verdadera la entrega de su cuerpo que se nos da en la comunión.

La eucaristía es don que sólo el Señor Jesús puede hacer. Sólo él puede decir: “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”. Sólo él puede añadir: “Haced esto en memoria mía”. Y nosotros, obedeciendo su mandato, participando de ese único pan, nos hacemos todos un sólo cuerpo, nos hacemos uno con el que se entrega por nosotros, nos hacemos cuerpo de Cristo Jesús.

Y para que nadie confunda misterios con magia, el evangelista Juan representó como un lavatorio de pies la entrega de Jesús a su Iglesia, el amor extremo de Jesús a los suyos.

Aquel mismo Jesús, cuya vida hemos visto representada como un pan que se parte y se reparte, lo vemos ahora como esclavo que se pone a lavar los pies de los discípulos, no para que estén limpios –ya lo estaban-, sino “para que tengan parte con él”, para que estén en comunión con él

Y también en este inesperado sacramento nos encontramos con un mandato para la fe: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”.

La fe intuye que la eucaristía celebrada no es un rito que se cierra sobre sí mismo, sino que es un misterio que se abre a toda la vida del creyente: no celebras para despachar en unos minutos un rito estúpido; celebras para ser en Cristo Jesús, para ser de Cristo Jesús, para ser su cuerpo, para ser su Iglesia, para que Cristo Jesús sea en ti.

Entonces caigo en la cuenta de que no me pertenezco, de que eso que llamo mi vida la he recibido para darla, para perderla, para ponerla al servicio de los demás.

Celebrar la eucaristía es dejar que el Espíritu Santo en el corazón el mandato del Señor: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.

Que nadie profane la memoria del Señor, que nadie suplante la fuerza de los sacramentos por las seguridades que ofrece la magia.