EN CAMISA DE ONCE VARAS

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La banalización de la ley y el poco espacio para el Espíritu, ¿en qué quedamos?

(Gemma Morató). Me voy a meter en camisa de once varas, vale la pena arriesgarme.

Nuestra opción ya fue complicarnos la vida con “Uno” que pasó por la cruz.

Llama la atención que a menudo en las congregaciones e institutos hay un buen número de religiosos que hace tiempo no han releído sus constituciones e incluso remitirles a ellas les molesta, como si la ley propia no valiera la pena y nos encorsetara. El derecho propio, y ya no hablo de otros, se está banalizando exageradamente, da igual si algo es permitido o no, muchos ya no atienden a que esa ley que un día asumimos profundamente está pensada para obrar con caridad con las personas y evitar males mayores, entre otras cuestiones bien importantes.

Animo a desempolvarlas y veremos la riqueza del carisma, encontraremos la chispa que nos cautivó el día que nos fueron entregadas.

Es verdad que a veces, y más en estos momentos de innovación, se requiere arriesgar y mirar si la vida nos lleva a implementar maneras no contempladas en nuestras reglas o constituciones, y viviéndolo ad experimentum quizás se acabará pidiendo algún retoque o enmienda a dicha ley.

De todas maneras, es curioso que muchos de los que banalizan la ley del derecho propio tampoco atienden a reflexiones sobre la necesidad de abrirse al Espíritu y dejarnos guiar por Él. Son varios los gurús de la vida consagrada convencidos de que el único camino para el hoy de nuestras comunidades es el soplo –la ruah– del Espíritu. Detenerse para dejarse llevar por el Espíritu da miedo, implica cambio y ¡estamos tan bien como estamos! Aunque podamos estar mejor no tenemos ganas de salir de nuestra zona de confort, cuestión de moda en nuestra sociedad, a veces exageradamente, pero quizás es hora de dejarse mover, de ceder espacios, de dejar paso a otros pensamientos y maneras de hacer… Dicho de otro modo, ir a las periferias de lo más variadas e innovar en nuevas maneras comunitarias.

Entonces en qué quedamos, ni damos espacio a lo que la congregación considera propio, ni permitimos innovar con aires un poco utópicos. Es bueno reflexionar sobre cómo aunar una cosa y la otra para responder al mundo real, saliendo al encuentro de los otros y gozando del carisma de nuestro instituto.