Este primer domingo de cuaresma nos regala el texto breve del paso por el desierto de Jesús antes de su acción pública.
Por lo breve es hermoso. Sin demasiadas descripciones nos lleva al centro mismo de la experiencia de Jesús. Las tentaciones van a formar parte de toda su existencia, pero aquí el evangelista las dibuja con pocos trazos, en la austeridad de lo profundo y poco explicable.
Quizás lo más importante es que el Espíritu es quien conduce a Jesús al corazón mismo del lugar de la soledad y, por tanto, del encuentro. Ahí se le aparecen todos sus demonios, pero también la sencillez de una certeza: no está solo.
Este pasaje solemos leerlo en negativo, pero anticipa también la riqueza de lo que está por venir: las palabras y los gestos de muchos seres humanos que van a cambiar al mismo Dios por contacto directo. Todo está por llegar, Jesús aún no vivió intensamente esos tres años intensos, pero los va anticipando aquí. Como saboreando lo que después irá muy rápido.
El Padre y el Espíritu habitan en el silencio poblado del desierto y están con él. Quizás también se imaginen lo que está por venir, el derroche de gracia que aún está germinando pero que pronto florecerá. Es como la primavera gestándose entre tentaciones. Una vida en escala de grises, nada en blanco y negro, como la nuestra. Unas certezas básicas: que el Reino ha llegado y que la transformación interior es necesaria para poder acogerlo como niños. Y también muchas dudas, porque el camino no está trazado de antemano. Y esto es lo más maravilloso. Ya el Espíritu irá empujando a Jesús poco a poco hacia los encuentros sanadores. Y a nosotros también.
Feliz paso hacia la Pascua