viernes, 29 marzo, 2024

«EL VINO MEJOR»

Silvio-Baez

Evangelizar con los gestos

(SILVIO BAEZ). La evangelización es fruto de la Palabra. «Es la Palabra misma la que nos lleva hacia los hermanos; es la Palabra la que ilumina, purifica, convierte. Nosotros no somos más que servidores» (Verbum Domini, 93). Con esta conciencia el creyente ofrece humildemente al mundo la razón, el contenido y la lógica interna de la esperanza cristiana (1Pe 3,15), la cual tiene un nombre y una historia: Jesús de Nazaret. Él es la esperanza y el sentido del mundo, el contenido de la evangelización y la forma de llevarla a cabo.

Como lo hizo Jesús, el anuncio del Evangelio no se puede limitar a solo palabras. Siempre será necesaria ciertamente la proclamación verbal y el anuncio. Sin embargo hoy la cultura en la que estamos inmersos y la nueva sensibilidad humana exige el compromiso personal de encarnar, mejor aún de «corporalizar», es decir, hacer visible con el cuerpo el kerygma evangélico. Dadas las carencias y los tipos de vínculos y afectos en hombres y mujeres de hoy, dada la frialdad de las relaciones en nuestra sociedad y las escandalosas divisiones entre los seres humanos, la empatía, la escucha, la ternura y la solidaridad efectiva que las relaciones personales maduras hacen posible, favorecen la adhesión a Cristo y son reflejo de su capacidad de dar nuevos motivos para vivir y para hacer nuevas todas las cosas.

Sin descuidar la proclamación del mensaje, hay que anunciar a Jesucristo con acciones visibles, sencillas pero elocuentes, que todo el mundo entienda. La verdad es que hoy el anuncio verbal, aunque sea del evangelio, no es suficiente. Hay que hacer vida y dar cuerpo al mensaje de Jesús a través de «gestos» que hagan transparente su presencia. Nos lo ha enseñado el mismo Jesús y nos lo está mostrando de un modo fascinante el papa Francisco. En el mundo de hoy, para anunciar el nuevo sentido que brota de la verdad de Jesús y para hacer de nuestro camino de fe profecía para una sociedad enferma de egoísmo, pesimismo y ambición, hay que privilegiar «los gestos» misericordiosos, dando testimonio de «projimidad», haciéndonos responsables de los otros y aprendiendo a perder por amor. Este es un camino misericordioso que entraña, sobre todo, cercanía afectuosa y amistad solidaria con los más débiles y menos visibles. Como lo hizo Jesús. «Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él» (1Jn 2,6).

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