EL SÍNDROME “REINA ESTER”

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Por si alguien anda desmemoriado, le recuerdo la escena del libro de Ester: al rey Asuero que además de persa era un energúmeno, una de las cosas que más le enfurecían era que alguien se presentara ante él sin haber sido llamado. La favorita de su numeroso harén era la judía Ester que había obtenido el favor real gracias a un esmerado tratamiento de belleza a base de aceite de mirra, bálsamos y otras cremas (interesadas, buscarlo en Est 2,12). Sabiendo que el rey había decidido exterminar a los judíos, Ester se puso “divina de la muerte” y, arrostrando la cólera del rey, entró en la sala del trono para interceder por su pueblo. Él la miró con furia y ella se desmayó, pero entonces el rey le dijo: “No temas, Ester, esa orden no va contigo”.

¿Qué por qué cuento esto? Pues porque allá en lo profundo de nuestro ADN llevamos la marca obsoleta de estar también “exentos” y de que muchas normas, costumbres y prácticas “no van con nosotros”. La cosa se remonta a la Edad Media, cuando había que proteger a los monasterios de los excesos despóticos de los obispos y las órdenes obtenían la exención de su autoridad y pasaban a depender de sus superiores mayores o del Papa. Y aunque lo canónico ha cambiado, se nos ha quedado un “pliegue” tipo: “eso no va con nosotros”, “los religiosos y religiosas tenemos un estatuto aparte” y es que, aunque no estemos dispuestos a reconocerlo, los privilegios ejercen sobre nosotros su discreto encanto.

Sin darnos mucha cuenta, podemos alcanzar un perfil de “gente aparte” (specials, llamó Trump a los asaltantes del Capitolio…), protegida de las intemperies y asperezas de la vida: llegamos sin problemas económicos a fin de mes, gozamos de amplitud de espacios, disponemos de posibilidades formativas fuera del alcance de muchos… Un salmista dedica un reproche amargo a quienes viven así: “no pasan las fatigas humanas, no sufren como los demás” (73,5).

“No me gusta que venga a casa la tía Pili en vacaciones: hay que dejarle el mejor cuarto, se enfada si se retrasa la hora de la comida o si hacemos ruido al jugar…”, decía una niña de 6 años explicando por qué había dibujado a una monja enfurruñada.

Menos mal que, por la misericordia de Dios, todos tenemos remedio: Pili ha ido de ejercicios este año y a la vuelta ha compartido en su comunidad que vuelve muy tocada por el himno de Filipenses: “Jesús, a pesar de su condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se vació de sí mismo tomando la condición de esclavo y haciéndose como uno de tantos…” (Filp 2,6-7). Y para remate, encontré estas palabras de Carlos de Foucauld: “He perdido el corazón por Jesús de Nazaret y paso mi vida tratando de imitarlo. El que ama, quiere identificarse con el ser amado, ese es el secreto de toda mi vida”.

Pili, enhorabuena, ¡te has escapado por pies del síndrome “reina ester”! A ver si lo conseguimos también nosotros en esta Cuaresma…