Como lo lees en el título del post…. Eran unos bulbos que me habían traído de Holanda y que había mimado desde hacía bastantes meses. Los planté en una maceta, los regué, los cuidé (hablarles no, porque no me sale todavía).
Y cuando ya habían asomado sus tallos verdes, preciosos, anuncio de colores ya cercanos y de belleza efímera, alguien decició que eran suyos y se los llevó.
Estaban creciendo en un lugar en el que los que pasaran podían disfrutar de ellos (esos que se fijan en las cosas pequeñas), pero se ve que no pudieron quedarse hasta el final y llenarnos el alma de su belleza diminuta a todos o a unos pocos.
Quien se los apropió no debe saber que robar la belleza delicada destinada a los que pasen por ahí es algo vil. No por la gravedad del hecho, que no es mucha. Pero sí porque lo bello común tiene un plus de delicadeza que merece respeto y, sobre todo, sensibilidad. Sentir que es para disfrute gratuito, que la belleza no se puede encerrar en lo íntimo o en lo privado (ninguna belleza, y hay muchas), y que no se puede violentar porque se pone mustia y nos deja mustios…
Ojalá que quien se llevó los tulipanes los ponga en un lugar donde otros puedan disfrutar de ellos. Que no valgan (utilitarismo) para el solaz privativo y privado. Así, por lo menos, redimiría este ataque a la debilidad bella…
Así de mustia me he quedado yo…
Gracias por el post.