EL RETO DE REJUVENECER EL ROSTRO DE LA IGLESIA

0
1751

(Xiskya Valladares). Releyendo el Instrumentum Laboris del Sínodo de los jóvenes, nada más comenzar me topé con el objetivo del Sínodo: «ayudar a la Iglesia a rejuvenecer su rostro». Seguí leyendo y vi cómo enunciaba una serie de realidades relacionadas con el mundo actual de los jóvenes. Enseguida pensé en nosotros, consagrados. ¿Qué ven los jóvenes de hoy en nosotros? ¿Por qué no estamos en su lista de influencers? ¿Cómo nos perciben para vernos tan bichos raros?

El reto de rejuvenecer el rostro de la Iglesia es también para nosotros. Por eso, creo que también los religiosos tenemos que hacer autocrítica sana, revisar nuestros hábitos, culturas y lenguajes. Ya en el año 2012 esta revista se preguntaba: ¿Qué debe cambiar en la vida religiosa actual para que pueda hablar a los jóvenes? Y daba algunas cuantas claves que no voy a repetir y recomiendo leer.  Han pasado seis años y ¿qué ven los jóvenes actuales en nosotros?

Cierto es que no se puede generalizar, pero con dolor he de decir que yo misma (sin ser nada joven ya) entro en algunas comunidades y encuentro una estética rancia (no digamos ya la de las webs religiosas), unas costumbres arcaicas, un lenguaje anticuado… Pero, sobre todo, lo que más me duele, me topo con ciertas mentalidades y ambientes donde la alegría del Evangelio y la profundidad del compromiso no pueden percibirse. Como si la fe se hubiese convertido en rutina, como si el ser consagrados nos anulara la capacidad crítica, como si el infantilismo se apoderara del ser religioso, como si el espiritualismo sustituyera la espiritualidad. Y hay que ahondar mucho para tocar la pasión por Cristo, la energía del Espíritu y la flexibilidad del amor del Padre.

La edad no es una excusa. He conocido hermanas de más de 90 años con más juventud que toda una comunidad junta. Seguro que nos vienen a la mente nombres, referentes que nos han motivado en nuestra vida. La vida religiosa aún tiene mucho que aportar a este mundo: la frescura de la centralidad de Cristo, el don de la valiente profecía, el testimonio alegre, la libertad del compromiso, la espiritualidad encarnada que pisa tierra. No es porque nos extinguimos; lo importante es no perder generaciones enteras para Cristo.