Jesús anuncia el Reino de Dios o de los cielos y la Buena Noticia que supone para los que lo acogen.
No se anuncia a sí mismo, ni a una serie de normas morales, ni un sistema económico o político… El Reino contiene todas esas cosas pero no es nuestro. Es algo que ya viene dado porque es Dios quien toma la iniciativa. Es el mundo al revés en el que los últimos son los primeros y en el que quiere mandar (somos tantos) ha de hacerse el esclavo de todos (!).
Es el Reino donde no hay padres, ni maestros y en el que tampoco hay buenos porque el único Bueno es Dios.
Pero lo más sorpréndete es que el Reino no «es», simplemente solo «se parece a…» No existe una definición clara y precisa, una definición de diccionario o de libro científico. Es el no lugar (utopía) que se hace presencia de frágil de grano de mostaza o de levadura mínima. Es el crecimiento de una semilla que no depende de nosotros para ello, pero que nos regala un tallo y unos frutos hermosos.
Es el Dios de la brisa suave o del susurro en la oreja, el Dios que respeta la caña cascada y cuida con mimo del pabilo vacilante para que no se extinga.
Mejor que el Reino no «sea» porque sino nos lo apropiaríamos y seríamos nosotros los que dejásemos entrar o expulsaríamos. Sería nuestro Reino y no el Dios.
Por ello, aunque nos cueste, aunque nos ponga nerviosos, aunque erremos miles de veces en su búsqueda, es muy hermoso un el Reino «se parezca a…» y que no sea nuestro.