EL QUE CALLA NO OTORGA

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El Papa ha convocado un Sínodo de la Iglesia universal sobre la sinodalidad. Una de las características de este Sínodo es que hay que escuchar a todos, sobre todo a los marginados, o sea, a aquellos que, tanto dentro como fuera de la Iglesia, o no son escuchados o no se sienten escuchados. No va a ser fácil escuchar a esas personas. Es posible que algunas no quieran hablar, bien porque al estar al margen no tienen ningún interés en ser escuchadas, bien porque tienen miedo a decir lo que piensan, bien porque piensan que si dicen lo que piensan nadie les hará caso. No hay escucha si el otro no nos dice lo que piensa.

Para que alguien diga lo que piensa es necesario ganarse su confianza. Y quizás antes hay que caer en la cuenta de que, incluso habiéndolo escuchado alguna vez, no nos ha dicho lo que de verdad pensaba. Solo si nos damos cuenta de esto último y tenemos ganas de escuchar lo que de verdad piensa el otro, sólo entonces nos adelantaremos, sólo entonces daremos el primer paso necesario para que el otro hable con confianza, para que haya diálogo, para que haya sinodalidad, para que la democracia deje de ser una palabra que justifica modos de gobernar y se convierta en un espacio en el que hay sitio para todos.

Insisto: hay que adelantarse, buscar al otro, decirle clara y creíblemente que su opinión interesa. Hay una palabra de Jesús que tiene aquí una buena aplicación: “si tu hermano tiene algo contra ti, vete a reconciliarte con tu hermano”. El que debe hacer el camino no es el hermano que tiene algo contra mi, sino yo cuando estoy enterado de que el hermano tiene algo contra mi. Tener algo contra mi puede tener muchas traducciones: quizás no se trata de enemistad, puede tratarse de un profundo desacuerdo. Y, a veces, hay desacuerdos en los que las culpas están repartidas, o sea, conviene que yo me pregunte la parte de culpa que tengo en el desacuerdo.

Hay quién dice que el que calla otorga. Hace mucho tiempo que vengo constatando que los silencios no otorgan nada. A veces, en política, se habla de la mayoría silenciosa para referirse precisamente a estos grupos de población que, supuestamente, no están de acuerdo con el gobierno de turno, pero no hacen ruido. Su silencio tampoco es aprobatorio.

La intención del Papa es estupenda y debería estimularnos a que, en nuestros grupos y comunidades eclesiales, se viviera una verdadera fraternidad. Un signo de verdadera fraternidad es posiblemente la alegría de la comunicación espontánea, y no los silencios que buscan evitar problemas, o las palabras formales que dicen lo que el jefe de turno quiere oír