La búsqueda de reconciliación entre grupos divididos y enfrentados ha desarrollado “terapias del perdón”, pues la psicología ha descubierto los beneficios prácticos del perdón. Ahora bien, el perdón no es nada sencillo, no es simplemente un “pacto de no agresión”. La teología puede ayudar a comprender lo costoso del perdón. Un perdón que no cuesta es frágil.
Por otra parte, la psicología sugiere que el perdón es una iniciativa humana. Por tanto, se trata de ayudar a las personas a perdonar. La teología es consciente de que el perdón es algo que recibimos de Dios y de los demás. El perdón, además de, y más que una iniciativa, es el don que otro me hace. No es sólo algo que se concede. Es algo que se recibe. Ambos aspectos deben conjugarse.
En tercer lugar, la psicología propone que la persona perdone, porque eso hará que se sienta mejor. La teología insiste en la obligación moral de perdonar, más allá del pragmatismo de “sentirme mejor”, para entrar en el terreno de la fraternidad e incluso de lo teologal: “perdonad y seréis perdonados” (Lc 6,37). La teología va más allá del acto concreto y puntual del perdón, para convertirlo en una virtud, en una actitud permanente que se manifestará en distintos contextos.
El perdón sería un caso concreto en el que psicología y teología pueden ser complementarias y aprender mutuamente una de la otra.