Hay muchas personas que creen que la plausibilidad de creer se encuentra en los grandes signos, en la anormalidad, en lo prodigioso.
La fiesta del Corpus nos mete de lleno en lo cotidiano. En lo diminuto de una comida necesaria, de un pan que es para todos y no para unos pocos elegidos.
Es el pan que no hay que ganar con sudores, porque nos viene regalado y que no acepta méritos porque ninguno somos dignos: nos fiamos de una sola palabra que nos sana.
Es tan difícil creer en la gratuidad que, a veces, queremos hacer este Pan inaccesible con normativas morales absurdas, con pruebas de concurso barato.
Pero el Dios Pan siempre se desliga, siempre se libera y nos libera en unas migas que dan para toda la humanidad, que sobran siempre desde la desproporción del Reino. No se escatima a sí mismo. Se sigue donando para que comiéndolo nosotros mismos hagamos amor cotidiano y sencillo. Que nos hagamos migas y demos de comer a tantos seres humanos que carecen de los mínimos necesarios.
Que nos demos nosotros mismos a comer: Feliz Eucaristía sin aspavientos.