El niño de la orilla

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Hay imágenes que son capaces de cambiar la realidad. Es un dedo que aprieta un botón y activa la ráfaga de la cámara. El niño sirio de la orilla tiene nombre y la fotógrafa también, pero ya no importa, ninguno de los dos se pertenece ya a sí mismo. 

Ya es una imagen que forma parte de nosotros mismos. Es el icono de la injusticia, de una guerra que nos es ajena y de miles de personas que arriesgan todo porque no tienen nada, solo la violencia que los devora. 

Pero también es la imagen que desata la solidaridad y hace que los ciudadanos (siempre los de a pie) muevan la historia y a sus políticos (esos que solo calculan) con el profundo gesto de la solidaridad. Casas abiertas, dinero recaudado, firmas en Facebook que hacen que se cambie un decisión política. 

Y gracias a ese niño sin rostro, a esa ráfaga de cámara, los refugiados se nos meten en el corazón y toman carne, se hacen prójimos, hermanos, iguales. Este es el gran milagro que nace del drama de un niño muerto en una playa turca. De un horror escapando de otro horror, de una herida en la humanidad que hace brotar la vida. 

De un niño Sirio que nos devolvieron las olas a playa de nuestras conciencias. Sin rostro y con todos los rostros de miles de vidas que escapan del sinsentido de la violencia que también es nuestra. 

Playas de muerte que engendran vida y que nos hacen recuperar la fe en humanidad de los ciudadanos. 

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