Y Jesús perdió los estribos. Hizo algo, diríamos hoy, políticamente incorrecto. Hizo uso de la violencia, ni más ni menos.
E hizo todo eso porque no pudo resistir la visión de la casa del Padre convertida en un mercado. No era por el ruido (no hagas ruido niño que estamos en misa…), ni por una pretendida irreverencia descontextualizada históricamente (animales en el Templo!!!!!), ni por un arrebato de purificación (tan del gusto de muchos maniqueísmos)… Fue, simplemente, por querer someter al Padre a la triste caricatura del intercambio mercantilista, por querer comprarlo: Yo te doy y tú me das.
Y hoy en día no estamos tan lejos. Seguimos intentando convertir en trueque ridículo lo que es Buena Noticia. Poner precio a lo que no lo tiene. Vender y comprar lo que es regalado. Mercadear con la liberalidad absoluta del amor.
Quizás no seamos tan toscos, pero sibilinamente seguimos con el proyecto vacuo del mercantilismo. Y no acabamos de enterarnos que no es así, pero lo necesitamos porque es nuestra forma (triste) de funcionar en lo cotidiano, desde lo más básico a lo más sublime.
Probablemente sea cuestión de aprender a recibir lo que ya nos viene dado por mera liberalidad amorosa, pero es tan difícil. Siempre hay que buscar algún mérito por mi parte: porque hago el bien, porque rezo mucho, porque ayudo a los demás, porque voy a misa todos los domingos, porque no odio a nadie, porque… y sigo sacando billetes de la faltriquera vanamente (en la cuarta acepción del diccionario de la lengua española)
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