Cuando la fe ilumina nuestra forma de ver la realidad (el mundo, la Iglesia, nuestros Institutos), todo se vuelve misterioso y explicable en última instancia desde el Misterio. Cuando todo se contempla de “tejas abajo”, guiados por la razón empírica, la realidad (el mundo, la Iglesia, nuestros Institutos) pierden su encanto, su magia. Todo se vuelve más prosaico, algunos dicen “más realista”.
I. ¡No al exclusivismo religioso!
1. ¡No tendrías ningún Liderazgo si…!
Jesús se lo dijo a Pilato: “No tendrías ninguna autoridad contra mí, si no te fuera dada de arriba” (Jn 19,11).
El poder de liderazgo viene “de arriba”. Es el líder quien se pone al servicio de Dios y no Dios quien se pone al servicio del líder. No es el líder quien ha de pedirle a Dios que le ayude, sino más bien, ha de ser aquel que se comprometa a ayudar y colaborar humildemente con Dios en lo que Él le pida.
Hay formas de ejercer el liderazgo que muestran una llamativa independencia de Dios. Se trata de personas que intentan imponer sus programas, llevar a realización sus propios puntos de vista. Y, si son creyentes, le piden a Dios ayuda para que les facilite llevar adelante aquello que piensan. Pero no son capaces de estar abiertas a un cambio de opinión o dirección. El recurso a Dios es en tales casos meramente “ideológico”, pero no real. Porque tales personas hacen a Dios de su partido. Y le hacen decir a Dios lo que ellas piensan y dicen. ¿No es ésta una forma de idolatría? ¿El liderazgo idolátrico? Jesús dijo Pilato: “Por eso, el que me entregó a ti tiene mayor pecado” (Jn 19, 11), es decir, ¡las autoridades del Pueblo de Dios!
Creo que frecuentemente en la Iglesia tendemos a una concepción idolátrica del liderazgo. Algunos lo han calificado en algunos casos de papo-latría. Podríamos decir que nadie está exento de una cierto deseo de entronizarse en la autoridad idolátricamente. De ahí la necesidad de reflexionar de nuevo sobre el gran axioma de Jesús: la autoridad es dada por Dios.
2. Dos peligros: secularización y exclusivismo religioso
Hay dos peligros: reducir el liderazgo a una serie de cualidades o habilidades naturales que hacen a algunas personas especialmente hábiles para guiar a las demás (secularización); o pensar que el único liderazgo que merece la pena ser considerado tal es exclusivamente el liderazgo religioso, que viene de Dios; el otro sería un liderazgo que viene de los hombres y no admite comparación con la excelencia del liderazgo religioso.
Me resulta penoso constatar tantas veces cómo se contempla con los ojos de la fe únicamente aquello que tiene que ver con la Iglesia y todo lo demás queda excluido de esta perspectiva. Baste aludir el hecho constatable de lo que ocurre cuando se va a proceder a la elección de un líder en la Iglesia o en la sociedad. Se multiplican las oraciones por doquier ante la elección de un Papa, un Obispo, un Superior General o Superiora General… Sin embargo, qué frialdad muestran no pocas veces las comunidades cristianas ante la elección de los grandes líderes sociales, o políticos. ¿Qué preocupación orante causa la elección de un presidente en China o en Estados Unidos, o en cualquiera de los Estados Africanos, o Americanos? En el fondo se piensa que todo lo que tiene que ver con la Iglesia “es de Dios” y sin embargo, lo demás “no tiene que ver tanto con Dios”. Si somos católicos, es decir, hombres y mujeres abiertos a la totalidad del mundo, de la humanidad, deberíamos sentirnos sumamente interesados por todas aquellas personas que lideran el mundo y debiéramos tenerlas en nuestra permanente intercesión. Jesús, en su diálogo con Pilato, nos pone en pista: “No tendrías ninguna autoridad contra mí, si no te hubiera sido dada de arriba”. (Texto completo en VIDA RELIGIOSA, Liderazgo para la reorganización (2012) v. IV