La función más importante de quien ha sido elegido director o directora de una comunidad religiosa (superior o superiora) es la de dirigir, acompañar la misión carismática de la comunidad o del grupo. No solo se tiene la gravísima responsabilidad de velar por la vivencia del carisma, también por su expresión dinámica y misionera.
La misión es la razón de ser de una comunidad, porque es la razón de ser de la Iglesia. La misión no es una simple tarea humana. Es participar en la “missio Dei”, en la misión del Espíritu que actúa en nuestra historia y lleva adelante el proyecto del Abbá y de Jesús, el Señor.
Quien dirige la comunidad cristiana o religiosa ha de velar para que todos los dinamismos personales y comunitarias de colaboración con el Espíritu Santo estén siempre activados. Cuando una comunidad se convierte en grupo de trabajadores, o de empleados, está perdiendo su identidad carismática. Está siendo sometida a una mutación que le hace perder el buen espíritu. Quien dirige una comunidad ¡no debe permitirlo!
Una comunidad en misión necesita “visión”. Si no será una comunidad que “a ciegas”. No se trata de “hacer”, de “trabajar”, de llenar los horarios”. Se trata de saber “porqué”, “para qué”, “desde dónde”, “hacia qué”. La conciencia de misión y la visión son presupuestos fundamentales para que una comunidad responda a su carisma y misión.
La misión requiere visión y proyecto. No se improvisa de un momento a otro. Pero tampoco se confunde con un trabajo estable, con un empleo permanente que tiene ocupada a una persona durante un determinado tiempo. La misión depende de lo que Dios nos confía en cada momento, en cada situación, en respuesta a lo que nuestros hermanos y hermanas, los seres humanos, necesitan.
La misión nos vuelve instrumentos vivos de Dios-Amor, del Abbá que atiende a sus hijos e hijas, de Jesús que proclama el Reino, construye comunidades y sana, del Espíritu Santo que derrama el amor, la verdad y la luz, por doquier. Un instrumento viviente y libre -como somos nosotros- ha de estar muy atento a aquello que quiere el que “le envía”. De alguna forma, ha de desapropiarse del propio querer y dejarse llevar.
En nuestras comunidades ésta debería ser la gran preocupación: ¿qué puede hacer Dios a través de nosotros con aquello que ahora está ocurriendo? Necesitamos dirigir una mirada atenta y sensible a nuestro Dios y otra hacia las necesidades y urgencias de nuestro entorno, utilizando esa peculiar “lente” que es nuestro carisma.
Quienes no dirigen deben procurar que se produzca esa conexión o chispazo entre el querer de Dios y la necesidad de nuestros hermanos. A partir de ahí vendrá la visión y el proyecto. A nuestros proyectos comunitarios no debería faltarles el alma de todo proyecto: la colaboración en la “missio Dei”, que da sentido a todo. La misión no debe ser el útlimo apartado, sino el primero, el que da razón de ser a todo. No somos primero religiosos y después misioneros. Somos religiosos porque nos sentimos llamados a una peculiar misión.
La “peculiaridad” de la misión en un “religioso” tiene que ver con la revelación de Dios, con mostrar el rostro de Dios. A partir de su bautismo, Jesús se dedicó a mostrar a Dios en hechos y palabras. Nuestra misión es, ante todo, mostrar a Jesús en hechos y palabras. A ello nos mueve y lleva el Espíritu Santo. Esa es la luz que brilla en lo que hacemos y decimos. Esa es el aura que nos envuelve las 24 horas del día.
Pero ¿existe entre nosotros el suficiente espíritu de fe como para plantearnos la misión en esta perspectiva? Quien nos envía no es, primariamente la comunidad, es nuestro Dios quien envía a la comunidad y a cada uno de sus miembros. La comunidad no es dueña de la misión, ni es ella la que prescribe dónde y cómo ha de realizarse. La comunidad es “servidora de Jesús”. Y quienes tienen el liderazgo carismático han de procurar que nadie, ni individuo, ni grupo, suplanten al Señor, al Espíritu. Han de favorecer el discernimiento espiritual, para que el Maligno -con quien Jesús hubo de enfrentarse tantas veces, porque quería desvirtuar su misión-, no desvirtue y desencamine la misión de cada comunidad.