El Evangelio de este domingo es sorprendente. Muchos piensan que el gran milagro de Jesús es el hacer andar al paralítico y que lo importante se sitúa en el esfuerzo de esos hombres que cargan con la camilla y lo descuelgan desde el techo porque había tanta gente que le impedía llegar a Jesús.
Siempre poniendo el acento en el esfuerzo, en lo que hay que hacer, en los actos cuasi heroicos.
Pero Jesús, una vez mas, trastoca nuestra comprensión de lo que debe ser. No tiene en cuenta el criterio del esfuerzo, sino el de la fe de los hombres (incluido el paralítico) que, de pronto, aparecen ante él.
Y lo que es más chocante de todo. Al verlos, sin mediar palabra, sin caer en lo evidente que se convierte en simple, le da el regalo más grande que puede portar: Hijo mío, tus pecados te son perdonados.
No le dice que queda curado de su parálisis que le cercena la vida, no. Le hace entrega de lo más profundo y desbordante: el perdón. La posibilidad de empezar de nuevo, el acceso a Dios desde lo humano, el unir cielo y tierra con la palabra creadora, simplemente.
Entonces viene la reacción de los que ostentan el conocimiento y el poder de Dios, bajo las siete llaves del control férreo de lo que siempre fue. Los escribas tienen razón: sólo Dios puede perdonar los pecados. En lo que no tienen razón, lo que son incapaces de percibir, es que Dios está delante de ellos en una persona que habla, que anuncia la Buena Notica, que rompe sus esquemas, que destroza a su dios, a ellos mismos.
Y entonces es cuando Jesús da el siguiente paso, que es probatorio, aunque no definitivo, los escribas siguen sin creer en él. Le dice al paralítico que se levante y que ande.
Lo que todos esperábamos está cumplido, lo que ansiaban los cuatro porteadores, lo que deseaba el paralítico. Pero este es un segundo paso que no puede desdibujar el primero: el perdón regalado sin preguntas y sin condiciones.
Por eso le dice al hombre paralizado que ha vuelto a la vida en todos los sentidos que se lleve su camilla. Ese instrumento del que dependía para poder vivir, que era nexo irrompible de dependencia de los demás, se convierte en testimonio y recuerdo de la fuerza del perdón que procede de un Dios hecho ser humano, este es el gran milagro.