EL DISCERNIMIENTO NO ES OBVIO

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Ya hace tiempo escribí una entrada (Obviamente, 09-09.2018) en la que reparaba justamente en la paradoja de nuestro tiempo y la palabra obvio. Nuestros jóvenes la han convertido en una «muletilla» que acarrea un sueño más que una realidad, pero la multiplican constantemente con la pretensión de convertirla casi en ciencia.

Lo curioso es que vivimos en tiempos en los que casi nada, o muy poco, es obvio. Nada se puede dar por supuesto o seguro, porque constantemente nos sobreviene la sorpresa de que acontece lo que nunca antes había pasado.

Si acercamos el adjetivo a la vida consagrada, comprobamos que también abusamos indebidamente de él. A veces consideramos obvio lo que no es, por ejemplo que todos y todas están contentos; o todos y todas tienen misión; o todos y todas tienen cada día algo que hacer… o, incluso más, que todos y todas han encontrado en su comunidad su espacio efectivo y afectivo para ser ellos mismos o ellas mismas.

Tampoco es obvio que todas las personas que hoy están en la vida consagrada estén en su sitio ni, por supuesto, estén llamadas a una vida compartida en comunidad. No. Por más vueltas que le demos o más categóricos que nos pongamos en el relato, no es obvio.

Por el contrario, el adjetivo obvio es bastante acertado para definir algunas propuestas carentes de creatividad que nos hacemos. Reducimos la coordinación a estructuras obvias, con ritmos obvios y con resultados obvios. Sostenemos lo obvio sin más pretensión que las cosas sigan, obviamente, como están.

Si nos descuidamos este adjetivo tan extendido y vacío, es de los aspectos que más nos acercan a esos diálogos de jóvenes, sin principio ni fin, donde todo es obvio, porque nada
–absolutamente nada– está convocado a un cambio, ni dispuesto a algo diferente, sino a sostener un tiempo para que dure y se mantenga.

Vivimos tiempos donde casi nada es obvio. Tiempos particularmente nuevos y afectados por un cambio de cultura que se impone, sin renunciar a vestigios del pasado. Donde, como afirmaba san Pablo, «lo viejo pasó» pero le está costando mucho dar a luz lo nuevo. Donde conviven, no precisamente en armonía, lo antiguo y lo nuevo, truncando muchas veces la creatividad y la profecía. Son tiempos en los cuales si no hay capacidad de observación y silencio se termina por confundir la novedad con la tradición; la creatividad con la reiteración y la innovación con la restauración. Son, sin embargo, tiempos donde el Espíritu está pronunciando nuevas palabras, desencadenando nuevos estilos y abriendo perspectivas… pero no son obvias. Ni mucho menos. La mirada enferma o acostumbrada a la oscuridad termina por ver, en todo, un pecado obvio. La mirada miedosa ve en todo, un peligro obvio. Y la mirada ingenua, le parece obvio que todo es nuevo y maravilloso. Por eso, en este tiempo del Espíritu urge el discernimiento para entender y acoger la sociedad, la Iglesia y la vida consagrada. Por supuesto, no podemos conformarnos con reiterar lo obvio y han de aparecer líderes que, sin miedo, testimonien que la consagración no puede caer en algo anodino o «poco informativo» reducido a formas y propuestas obvias, sin «chispa» y, por tanto, prescindibles.