La Biblia da testimonio de la experiencia fundamental de Israel: Dios tomó la iniciativa de manifestarse y de darse a conocer. Con razón afirma el Deutero Isaías: “No he hablado en secreto ni en un lugar oscuro de la tierra; no he dicho a la descendencia de Jacob: buscadme en el caos” (Is 45,19). El Dios de Israel es el Deus revelatus. Sin embargo su misterio continúa inmanipulable para el hombre, que no lo puede encerrar en ningún esquema mental ni reducir a un fenómeno más del mundo y de la historia.
El Deutero Isaías ofrece una misteriosa definición del Dios de Israel: “Verdaderamente tú eres un Dios escondido (literalmente: “el Dios que se esconde”), el Dios de Israel, el salvador” (Is 45,15). Al mismo tiempo salvador y escondido. Se oculta salvando y salva sin dejarse ver. El profeta hace alusión a los misteriosos designios de Dios en la historia de Israel, al estilo de Is 55,8: “Mis planes no son vuestros planes, ni mis caminos son vuestros caminos”. La revelación divina siempre comunica y oculta al mismo tiempo. El Dios de Israel es sobre todo un Dios a quien buscar y en quien esperar, más que un Dios a quien hallar y poseer.