EL CLUB DE LOS «DAMNIFICADOS»

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Releo estos días con los alumnos de teología de la consagración, las propuestas del Papa Francisco para este año de gracia de la Vida Consagrada. Y conforme repaso y profundizo, descubro que la preocupación del Papa es el número de damnificados que hay dentro de la vida religiosa. Sin ellos, el signo queda más velado, o más pospuesto, o más torpe… como ustedes quieran. Y nuestro Papa, que es muy concreto, sabe que la posibilidad de la fuerza del signo no está en otro lugar que en la fraternidad, la actitud sincera y el destierro de la burocracia inútil. Nada que decir de la útil, si existe.

Dice Francisco, sin rodeos, que donde hay religiosos hay alegría. Es y debe ser así. Si lo que tratamos de vivir no conduce a la esperanza del entorno, quiere decir que lo que vivimos no es ni necesario, ni de Dios. Quizá la evaluación de la alegría, pareciendo cosa sencilla, no lo sea tanto. Y si la pasamos por tanta asamblea, encuentro y «verbena espiritual», descubriremos que algunas sobran, precisamente porque no conducen a la alegría (del Reino) y sí a la autocomplacencia de quienes las convocan o convocamos.

En segundo lugar habla el Papa de despertar al mundo. Porque ahí reside la profecía. Sospecho que no hay otra forma de despertar al mundo que reivindicando valores que no están muy en uso. Y además estos valores cuanto más «contantes y sonantes» mejor. Sospecho también que la palabra, siempre valiosa, está a la baja y el único despertador posible es el signo elocuente, claro y limpio. Ya saben, el que no necesita ser explicado, porque se ve… Es preocupante la cantidad de explicaciones que damos y daremos para justificar la necesidad de nuestra vocación… Algo, sencillamente, no va bien.

Dice más Francisco: nos pide ser expertos en comunión. ¡Qué cosas! Expertos. ¡Qué miedo! La comunión que va más allá de la carne y la sangre, aquella que vuelve solo al Evangelio, a la libertad de la entrega, a la verdad del compromiso. La comunión que no se pone colorada cuando habla de amor, porque lo vive. El experto no necesita guión, porque lo tiene integrado, le sale por los poros… destila el saber y el sabor. ¿Será que los religiosos y religiosas del siglo XXI hablamos de comunión de memoria? ¿Será que sabemos que es una «materia troncal» y hay que tratarla, con la esperanza de no cumplirla? Nos tememos que la comunión, presente en todas las salsas de revitalización, en realidad, es un compendio de valores que cada uno articula conforme a su querer con la secreta pretensión de que nos permita vivir, a cada uno, conforme a logros de libertad irrenunciables. Quizá esa vuelta a la comunión, desde la experiencia, nos obligue a reconocer que es la tarea primera, única y posible para que nazca la ansiada nueva vida religiosa. Aquella que ofrece, propone y descoloca, sin tener que abusar del recuerdo.

Otro aspecto crucial que toca el Papa es salir de nosotros para desplazarnos a las periferias. Y hay que reconocer que no hay artículo reciente que no aluda a esta «señora», la periferia, como aquella que suele estar donde nosotros no pisamos. Es difícil encontrarla con limpieza evangélica ya que en cuanto la convertimos en centro, deja de ser periferia (evangélica) para convertirse en sociología. La salida a las periferias pasa por una conversión de fe y un reconocimiento explícito y claro de que el desarrollo natural de la consagración es entre los débiles y para los débiles. Esa salida a la periferia necesita, lógicamente, reflexión, pero también observación y aceptación. Hay un buen número de religiosos que están vocacionados y liberados para significar evangelio en medio de las periferias, y hoy, siguen a la espera, atentos al signo, pero integrando el colectivo de los damnificados dentro de la vida religiosa.

Finalmente, sueña el Papa, con que los religiosos en este año de la vida consagrada, afrontemos, de una vez –me atrevo a añadir– la pregunta sobre el sentido de la vida. Solo así podemos llegar a intuir lo que Dios y la humanidad, por la que habla el Espíritu, nos piden. La proposición es sutil, casi parece que nos pide lo de siempre. Si la domesticamos un poco, nos deja tranquilos. Pero si la repensamos con la mano en el corazón; si, en verdad, escuchamos lo que la humanidad y Dios en ella nos piden, no podemos quedar, para nada, tranquilos. Y todo, porque llevamos muchos años diciendo nosotros lo que tiene que ser, ofreciendo respuestas, aunque no se nos pidan y, fundamentalmente, afirmando categóricamente cómo se deben hacer las cosas. Y esto, aunque supuestamente alguna vez ha valido, hoy no. La verdad está más en nuestro alrededor que en nosotros; recibimos más luz de la que ofrecemos… Lo nuestro es saber señalarla. Cuanto más nos descentremos, más se ampliará la historia hasta llegar a ser, verdaderamente, una propuesta de salvación. Sin la escucha del clamor de la verdad, nuestras palabras de plástico, no molestan ni inquietan, pero tampoco dan vida.

En esta espera estamos: Esperando a decidirnos. Mientras tanto nuestro Papa sigue, sin descanso, tejiendo signos de profecía; algunos seguimos escuchando con asombro, admiración y cautela; nuestras congregaciones, en general, siguen haciendo propuestas para recuperar fuerza de otro tiempo; mis alumnos se hacen preguntas incontestables que leen en la vida real de sus congregaciones y algunos amigos, serenan su ansiedad de algo nuevo, con encuentros informales de «damnificados» donde desgranan lo que puede ser y no es, a la espera de los «cielos nuevos y la tierra nueva» que lluevan otra vida religiosa.