Situarnos en el seno del Pueblo de Dios
Comparto con mi amigo admiración y respeto hacia nuestros pastores. En general, afirma y yo así lo creo, tienen un buen tono. Son hombres de fe que diariamente quieren conocer qué es lo que Dios quiere y, aún más, qué es lo que Dios está diciendo para nuestras iglesias particulares con visión universal. Dice mi amigo, ya que tiene mayor proyección histórica, que conoció otros tiempos en que gozaron de más libertad de Espíritu, mayor frescura y originalidad. Supongo que esto es fruto del paso del tiempo y que no será tan así…Respecto a la comprensión y conocimiento que algunos muestran por la vida religiosa, mi amigo guarda silencio, «como el Ebro en el Pilar». Parece que este tema no es el más logrado. Cuando me ve un pelín preocupado o nervioso, me pide paciencia y afirma que el tiempo es la mediación que tiene Dios para poner las cosas en su sitio. Determinadas inhibiciones, juicios apresurados o desconfianzas, desde luego, no son legítimas ni provenientes del Santo Espíritu sino de un tiempo no bien leído. Y es que las relaciones mutuas, sigue siendo asignatura pendiente. El Papa Francisco ha impulsado que se retome el estudio y, sobre todo, la vida para lograr la fecundidad que nace cuando las distintas formas de vida se complementan y no compiten, al servicio del Reino.
Aceptar la situación de debilidad como una Gracia
No sé dónde encuentra el tiempo para leer tanto. O mejor dicho, sí lo sé. Seguramente ha descubierto esa gracia que sólo las personas de Dios tienen para situar primero lo que va primero. Por eso regula la jornada con lecturas de peso y otras que no tienen tanto. Entre éstas últimas están los digitales diarios que bombardean constantemente y, me temo, condicionan excesivamente la jornada de quienes nos llamamos evangelizadores. Ya van unos años que me regala una síntesis completa y diaria de todo lo que aparece referente a la vida religiosa, comprensiones e incomprensiones y, especialmente, cuando hay cualquier referencia a mi congregación. Me contaba en el último correo que, una vez más, un anciano que encontró en la escritura de trinchera alivio contra el tedio del atardecer, había vuelto a cargar contra los religiosos y a jalear su fin inminente. Y me lo presentó así: «no te enfades, ha vuelto a decir que estamos desnortados, que nos acabamos, que todo son cierres, que parroquias, colegios y publicaciones son un fracaso… que la historia reciente es más fracaso, el Concilio Vaticano un vendaval y la reforma de Francisco, nada de nada o más de lo mismo. Que el Papa terminará por afirmar la debilidad y el final de la vida religiosa». ¿No te das cuenta que cuando alguien habla así, se desautoriza solo y no responde absolutamente a nada más que a un modo de entender la Iglesia que, gracias a Dios, sólo corresponde a unos pocos mayores o jóvenes, pero muy viejos?». Cada uno tiene libertad a pensar y decir, siendo responsable de lo que dice y piensa. Pero me comentaba algo más que sí me preocupa y me parece grave. «La información es muy importante y necesaria. La transparencia en medios de Iglesia incuestionable, pero el chascarrillo, la murmuración, la sospecha o el ataque directo no pueden ser arte de quien se llame cristiano. La información religiosa tiene un exceso de sensacionalismo y víscera que la está desenfocando. En el fondo y la forma, no es sino una expresión clara de la terrible fragmentación social y eclesial que es nuestro pecado».
Mi amigo, que ha vivido muchas batallas, sabe bien que el camino para reconocer lo bueno de alguien no transita por el desprecio de otros. Hay determinadas alabanzas de nuestro tiempo que a uno le suscitan siempre una pregunta: ¿contra quién va esto?