El Bautista y Jesús

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Juan Bautista decide vivir en despoblado, en esa soledad poblada de aullidos que dice el Salmo. En esa soledad querida por tantos hombres y mujeres buscadores de Dios a lo largo de tantos siglos. Desiertos en la ciudad o en el campo, desiertos multiformes que tienen en común esa búsqueda de «Solo Dios».

En cambio Jesús elige vivir entre las personas, entre las preocupaciones y alegrías de los seres humanos. Mezclado y embebido hasta el vino del vértigo final. Busca esa roce constante con lo impuro de su tiempo para revestirlo de manto del que acoge sin reservas y desde el amor se dignifica y devuelve a la vida. Elige una caña cascada y un pábilo vacilante para mimarlo y no dejar que se rompa o se apague. Elige lo débil del entramado humano porque la ternura de Dios va por ese camino de preferencias sin rédito conocido (Si invitas a alguien que te va a invitar a su vez ¿Qué mérito tienes?). Elige un establo y un pesebre por obligación, porque los demás no quieren acoger a una mujer a punto de dar a luz. Elige la confusión lapidaria de la voz inaudible de unas estrellas y de unos pastores que no son nadie para los demás. Elige el llanto y el balbuceo y la risa diáfana de un recién nacido, como todos los demás, quebradiza fuerza de lo que se ha de cuidar con esmero y fuerza increíble que ablanda y alegra los corazones.

Juan elige el desierto y el grito. Jesús elige el susurro y las poblaciones. Juan anuncia al que «ha de venir» y Jesús cuenta cómo el Reino es de los sencillos y ya está aquí, que no hay que esperar más: a nada ni a nadie.

Es cierto que hemos de preparar los caminos, pero todavía es más cierto que hemos de dejarnos empapar por este acontecimiento misterioso que celebramos estos días: la gestación en las entrañas de María de todo un Dios que elige el camino de los seres humanos, en sus esperanzas y sus anhelos, para darle la vuelta y llevarnos a lo esencial. A lo esencial que es el amor desproporcionado de quien nos amó primero y que, en la plenitud de los tiempos y para siempre, hizo de la humanidad su carne y su sueño.

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