«Y muerto el que es la vida». Esta es la gran paradoja de hoy. Muerte de Dios en la persona del Hijo. Silencio encogido del universo que por la Palabra había visto la luz. Palabra mudo, vida muerta.
Dos maderos que acogen a la Vida ya extenuada de tanto darse. Al quebrado de jofaina y de pan de ayer.
Árbol muerto, cortado, que abraza al Autor generoso de tanta salvación. Árbol de Vida y de Iglesia y de Espíritu y de Silencio.
Frio de sepulcro y de calor de María madre y de María amada que ya echan de menos al Raboní y al Hijo.
Silencio de comunidad, de las nuestras, que recogen todos los gritos de muerte preñados de esperanza de Vida definitiva.