EL «AÑO» ACABA. LA VIDA CONSAGRADA SIGUE

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gelabertEl año dedicado a la vida consagrada ha sido una ocasión para que, en la Iglesia, cobremos conciencia de la importancia de este estilo de vida, con diversas variantes y modos de realizarse: monjas y monjes contemplativos, eremitas, congregaciones que socorren a personas necesitadas, Órdenes religiosas con diversidad de carismas, institutos seculares, sociedades de vida apostólica, etc. La sola enumeración de estos distintos modos de vivir la entrega consciente, pública y de por vida al Señor Jesús, manifiesta la riqueza de la vida consagrada, las múltiples virtualidades del Evangelio y las muchas urgencias que implica la construcción del Reino de Dios. Y también manifiesta que ha habido, hay y habrá mujeres y varones que se han dejado seducir por el Evangelio hasta el punto de querer dedicarle su vida entera.

Para los directamente implicados, el año de la vida consagrada no ha sido un motivo de autoalabanza, ni una ocasión para recordar glorias pasadas, sino una oportunidad más de agradecer al Señor su vocación y de mirar al futuro con esperanza. El dos de febrero finaliza el año dedicado a la vida consagrada, y lo hace dentro del marco del Jubileo de la Misericordia. La vida consagrada está llamada a ser profecía de un amor que no tiene límites y se manifiesta con más realce allí donde hay necesidad, hambre, pobreza, enfermedad.

Una de las muchas cosas que los consagrados tenemos que agradecer a Francisco es su valoración pública y explícita de este modo de vida evangélica y eclesial. No hay que olvidar que el Papa es jesuita y, por tanto, pertenece a una de las Órdenes religiosas con más solera y raigambre en la Iglesia. Quizás su «ser religioso” explique la finura en el discernimiento, la valentía en denunciar la injusticia, sus críticas a la autorreferencialidad eclesial, su capacidad de cercanía con la gente, su saber estar y saber acoger.

Clausurar el año de la vida consagrada es una oportunidad para dar gracias a Dios por tantas mujeres y varones que han escogido este modo de vida. Son gente débil, pero tienen muchas fortalezas. A veces se equivocan y hasta pecan, pero también hacen mucho bien. Tienen una historia gloriosa que contar, pero sobre todo quieren vivir hoy con fidelidad al Evangelio. Es justo, pues, dar gracias a Dios, que sigue llamando al seguimiento de Cristo a través de tantos carismas enriquecedores. Y dar también gracias a la Iglesia que acoge y promueve estas formas de vida en su seno. El “año de la vida consagrada” termina. Pero la vida consagrada sigue, atenta a los impulsos del Espíritu y a los signos de los tiempos, que la llaman a una continúa renovación y a una permanente fidelidad.