El día de mi aniversario de profesión me encuentro en Buenos Aires, dando un retiro a mis hermanas y escucho esa canción de la argentina Teresa Parodi: “el amor nos hace bien”. Hay tanto para agradecer en estos años que se desborda el espacio del corazón al abarcarlo. Comentaba con ellas que las relaciones son lo que más gozo nos da y, también, lo que más nos hace sufrir, y que necesitamos día tras día cuidarlas, rehacerlas, como si de un tejido artesanal se tratase, y celebrarlas cuando llegan a nuestra vida. Habíamos estado orando con el capítulo 21 del evangelio de Juan en el que Jesús rehace su vínculo de amistad con Pedro, lo ahonda, lo lleva un poco más lejos y le descubre el “para qué” de su encuentro. Un amigo de Egide (el jesuita obrero del que J.M. Rambla ha escrito un hermoso libro: “Dios, la amistad y los pobres”) le dijo una vez: “nunca dejes que se pierda nada que, aunque sea de lejos, tenga algo que ver con el amor”. A veces dejamos perder tantas cosas en una relación: por temor, por no saber cómo hacer, por encogimiento, por pura torpeza… Pero es verdad que toda amistad nos coloca en “estado de amor” y ese es el sentido y la dirección de nuestra vida en Dios, todo lo que nos conduzca hacia allí necesita ser bienvenido y alentado. Hay una historia que lo ilustra de otra manera: Ananda, el discípulo amado de Buda, preguntó una vez a su maestro por el lugar de la amistad en el itinerario espiritual. “Maestro, es la amistad la mitad de la vida espiritual?”, preguntó. Y el maestro respondió: “más aún Ananda, la amistad es toda la vida espiritual”.
Hace trece años estaba en Roma con compañeras de distintos continentes y allí sellábamos juntas el deseo de entregarnos totalmente, con nuestras fragilidades y dones, a Aquel que era para nosotras el Amigo y el Señor de nuestras vidas. A cada grupo de probanistas se les daba un nombre, el nuestro fue: “Permanecer en Cristo, camino de Amor sin límites”. Y siento que en estos años nos hemos ayudado a permanecer y ese camino se ha ido tejiendo de rostros con los que andarlo, de historias compartidas, de bendiciones y también de fracasos, de dolores y de contento… de muchos aprendizajes. Me brota celebrarlo y agradecerlo, no dar por supuesto el enorme regalo que es sabernos correspondidas en el amor, darnos tiempo y espacio para crecer con otros, sencillamente, para que el pan de ese amor pueda multiplicarse en nuestra vida para muchos. Eso es lo que Jesús le pregunta a su amigo Pedro, si continúa amándole más, y eso es también lo que nosotros necesitamos escuchar para continuar ofreciéndonos.