EL AMOR NO SE PROGRAMA NI ACOSTUMBRA

0
233

Acabo de concluir un encuentro de formación con consagrados y consagradas de diferentes congregaciones. Me impresiona la búsqueda de vida, las miradas expectantes, el anhelo de algo nuevo. Pero, a la vez, una sensación extraña que me parece urgente abordar. Más allá de los análisis que redundan en hechos objetivos y sin respuesta: envejecimiento, disminución…, hay una reiteración que a mí, particularmente, no me deja tranquilo. Escuchas a no pocos consagrados y consagradas expresiones de resignación, fidelidad empañada por un “esto es lo que hay”, e impotencia.

Se acumulan las torres de textos “altisonantes” sobre el bien, el cuidado y la paz; sobre la bienaventuranza y la sorpresa evangélica… pero es incontestable la realidad de espacios, y vidas en ellos, marcados por la inercia, el cálculo y la lenta, pero imparable, desesperanza.

¿Estarán viviendo no pocas mujeres y hombres consagrados en ámbitos donde no se sienten queridos? ¿Se habrá secado la capacidad de generar aquella vida de pertenencia que dice a cada uno que está en su casa, en su sitio, entre los suyos?

Hemos celebrado que “vino la luz y brilla en las tinieblas”. En el maravilloso texto de san Juan se nos dice además, “que los suyos no lo recibieron”. Y ahí radica la tensión en la que nos encontramos: la lucha entre la luz y las tinieblas, el pecado y la gracia que, siempre, machaconamente, transitan juntos.

No me atrevería a decir que esta no sea una preocupación del liderazgo responsable, pero sí me atrevo a afirmar que es una cuestión que no nos atrevemos a abordar, no sabemos cómo hacerlo y, por ello, damos vueltas, cual rueca, a cuestiones sabidas, tópicos remozados, lugares comunes…, pero con incapacidad manifiesta para describir y corregir estructuras que han nacido para el amor y se han reducido a costumbre.

Lo siento, pero los cambios no se dan jamás sin tener claro qué se quiere cambiar.

La petición constante que recibo de las congregaciones versa sobre la comunidad. Se sabe que hay problema, falla la capacidad de poner en práctica una remodelación de la estructura para hacer posibles espacios comunitarios con vida. No existe mala voluntad. Estoy seguro que todas y todos han hecho el viaje más importante de su vida, buscando la verdad, cuando descubrieron que lo suyo era ser consagrados. Por ello, la cuestión no es de debilidad moral, sino de falta de visión para salir de la noria en la cual se ha ido convirtiendo, de manera muy desgastante, la vida.

Quienes lideran las congregaciones pueden llegar a creer que si no ponen luz sobre determinadas dificultades, estas no se manifiestan. Es el círculo vicioso de la mediocridad, pensar que no hay problemas si no se habla de ellos. Desestabilizan mucho en la vida consagrada aquellos y aquellas que “suelen poner el dedo en la llaga”. Quienes nos desestabilizamos, quizá, deberíamos asumir que nuestras “seguridades” no son tan evangélicas, y estamos frenando una imprescindible transformación estructural.

Últimamente, tengo la suerte de sentir mucha paz ante toda forma de ser. No experimento la agresión por la diferencia. Y es un trabajo que ha hecho la pluralidad en mí, y que, desde luego, no es gracias a mi fuerza de voluntad. Por eso, cuando me encuentro con consagrados y consagradas mayores, me provocan una profunda gratitud… y cuando los oigo y percibo que se ha desvanecido la esperanza, y solo quedan recuerdos y, además,  no sienten que se les espera, sino que se los aparca, me parece que no están hablando de un problema puntual, sino de una enfermedad sistémica que tienen nuestras instituciones. Una inquietud grande que no se salva con las riadas de palabras que algunos decimos y escribimos para argumentar que la vida consagrada tiene vida y porvenir.

Me temo que continuar garantizando estructuras que solo tienen pasado nos roba la alegría imprescindible para tener presente. Y salir de la mordaza del pasado exige valientes que, en cada carisma, encarnen otro estilo de vida donde, de verdad, compartiéndolo todo, se supere la miserable tentación del poder, la envidia y la acepción de personas.