EL AHORRADOR ASTUTO

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El otro día me encontré con un amigo, dedicado también a estas labores de la economía y me enseñó un libro que estaba leyendo: “El ahorrador astuto”. Estaba escrito por un periodista especializado en temas de inversiones y mercados financieros, Rafael Rubio Gómez-Caminero. La curiosidad me pudo. Enseguida me hice con él y me duró entre las manos menos de lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio.

Les voy a contar mi impresión del libro. Para empezar decir que es un libro que está escrito con un estilo muy sencillo. Lo que dice se entiende con facilidad. Únicamente hay dos o tres páginas en que la explicación es un poco embarullada. Pero es que hay que reconocer que no es fácil de explicar en uno o dos párrafos lo que son las posiciones bajistas en el mercado bursátil y cómo se puede ganar dinero con ellas o lo que son los productos estructurados, que, como dice el autor, hasta el mismo Emilio Botín, presidente tantos años del Banco Santander, decía que no invertía en ellos porque no los entendía. Así que la primera conclusión es que es legible. No es poco si se tiene en cuenta el tema que trata.

Porque el libro habla de las inversiones financieras. Y se dirige al inversor particular, al pequeño ahorrador que está preocupado con conseguir unos pequeños réditos de sus ahorros, que no vayan perdiendo valor con el paso del tiempo y que, quizá, le permitan vivir un poco mejor el día en que se jubile.

Para ello el autor va explicando poco a poco los diferentes tipos de inversiones, lo que es la renta fija, la renta variable, los fondos de inversión, la bolsa… Todo, en general, con un estilo sencillo y didáctico. Por eso, el libro puede recomendarse para muchos y muchas, religiosos y religiosas, que se acercan por primera vez a este mundo de las inversiones porque el destino, el Espíritu o la voluntad de un capítulo provincial ha puesto sobre ellos esa responsabilidad. Recomendable, sí, pero no suficiente.

No es suficiente porque todo el libro está escrito con dos criterios básicos al analizar ese mundo: el riesgo y el beneficio. Como ya sabemos son dos elementos que están relacionados. Generalmente para tener mayores beneficios hay que arriesgarse más. Y, por el contrario, si se busca una mayor seguridad, entonces lo normal es que los beneficios sean más pequeñitos. Dado que el pequeño ahorrador, el destinatario del libro, suele buscar la seguridad de no perder su capital en los recónditos misterios de los mercados bursátiles, ésa es la gran preocupación del autor que se manifiesta página tras página. Esto de buscar la máxima seguridad está bien pero no es suficiente para nosotros, religiosos y religiosas.

No es suficiente porque tiene que haber otro criterio que en el libro está totalmente, desaparecido. Es el criterio ético. A nosotros no sólo nos interesa conservar nuestro capital y acrecentarlo un poco. Nos interesa, y mucho, saber qué se hace con nuestro dinero, que tipo de productos ayudamos a poner en el mercado, y cómo se hacen esos productos (si las empresas respetan a sus trabajadores, si ayudan a conservar el medio ambiente, si respetan los derechos de los consumidores, si cumplen las leyes…). Y también nos importa y mucho que nuestro dinero no se use con fines especulativos de ningún tipo.

Esos criterios éticos están ausentes del libro. Quizá sea normal dado el punto de vista del autor que se centra en explicar al pequeño ahorrador cómo puede hacer que sus inversiones sean más seguras. Ya es un buen objetivo. Y en ese sentido, hay un montón de recomendaciones en el libro que religiosos y religiosas encargados de estos asuntos deberían tener en cuenta. La mayoría de ellos son consejos de puro sentido común (desde aquello de “no meter todos los huevos en la misma cesta” hasta no fiarse del todo de los consejos de asesores que puede ser parte interesada por recomendarnos productos del mismo banco en que trabajan y muchos otros consejos muy atinados) pero ya se sabe que ese sentido a veces no abunda mucho.

Conclusión: hay que formarse, hay que leer, hay que estudiar pero con sentido crítico. Tenemos que saber dónde estamos y no renunciar a nuestros principios. Libros como éste pueden ser muy útiles, mucho, pero no son suficientes.