Hoy Jesús le devuelve la posibilidad de la vida a un sordomudo. Le restituye la posibilidad de la comunicación, de la relación los demás.
Una vez más actualiza el gesto profético de la liberación, su gesto más genuino.
Todo ello lo hace en la intimidad, «apartándolo de la gente», en un tú y yo en el que también el Padre se hace presente: «mirando al cielo».
Pero lo que más llama la atención es el «suspiro» de Jesús. Suspiro que se puede traducir por «gemido», como ese gemido de la Creación, o el de la presencia de Lázaro muerto. El suspiro que conmueve las entreñas del Maestro, del sordomudo y del Padre. Gemido que abre el cielo y los oídos y desata la lengua con la acción de dedos y de saliva.
Parece un milagro antiguo, un milagro de tocar, de una intimidad profunda de tres gemidos que estremecen la humanidad del sordomudo y de Dios.
Toda la belleza de un gesto que se sumerge en la espesura de los siglos y que traspasa la mera sanción física (ya absolutamente bella) para trasladarnos a esfera profética del Dios que apuesta por los pobres y gime con su propio gemido.
Effeta para todos, también para nosotros.