Dos señores

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Me quedo con la última parte del Evangelio: «No se pude servir a dos señores». Jesús es claro y diáfano. No es una exigencia, es simplemente una constatación. Una evidencia que a nosotros tampoco se nos escapa: o Dios o dinero. Una de dos.

No es el dinero de andar por casa, el de bolsillo, ni tampoco la cantidad cuando esta no es desproporcionada (desproporción siempre comparativa con los que nada tienen). Es la generosidad de la desapropiación. Es el toque esencial de esa viuda que echa una mísera moneda pero que en ese gesto vuelca su vida, se vacía. Es el rico que quiere pero que no puede porque lo de vender todo y darlo a los pobres hace que no se encuentre, que no se reconozca. Es ese camello (nosotros mismo tantas veces) empeñado en pasar por el ojo de una aguja a su vez empeñada en mantener la ley de la impenetrabilidad de la materia. Es la mujer que gasta lo indecible en una unción adelantada de cadáver, acto inútil para muchos pero cuidado y mimo extremo que arranca el agradecimiento y el cariño de los labios y el corazón de Jesús.

Es olvidarse de uno mismo para regalarse a los demás. Es optar por servir al poder bajo mil formas serviles o servir al servicio del que vino a servir. Siempre podemos navegar entre dos aguas (lo solemos hacer) pero el timón lo toma la mano que cuenta y que guarda, no la que da y despilfarra (en el despilfarre hermoso del sembrador que no mide: medida rebosante y colmada).

Para los seres humanos es imposible, pero para Dios no hay nada imposible… Si lo dejamos hacer

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