Dos amos

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Jesús no era un austero predicador del desierto como el Bautista o los esenios. El grupo de discípulos tenía su propia economía y un gestor que era Judas. Tenían capacidad de movimiento (iban de una aldea a otra) y habían tenido una red de apoyos y de acogida. La pobreza de Jesús no era la falta de dinero sino su capacidad para saber que su única referencia válida era el Reino de su Padre. 

La parábola del «administrador injusto» es dual. No es simple moralina: ese hombre hizo mal en engañar a su jefe. El mismo jefe lo felicita por su gestión fraudulenta. Y Jesús anima a los suyos, nos dice: «Ganaos amigos con el dinero injusto». 

Lo que está más que claro es la sentencia final: No podéis servir a Dios y al dinero. No podéis servir a dos amos. Desde este centro que es el de uno solo Señor, de un solo Padre, surge la realidad de servicio y de fraternidad. Por lo tanto, la noción de bienes privados está condicionada por otra que es la necesidad de los demás. 

Jesús no nos pide una austeridad de predicador de desierto, sino una nueva relación con los otros que no depende de la búsqueda de beneficio o del sometimiento, sino de la autodonación y de las medidas rebosantes del Reino. Un solo Señor y un solo Padre que lo es de todos y hace salir el sol para justos e injustos. 

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