Cuando hablamos de fe, hablamos de relación personal con Jesús de Nazaret.
Y si decimos: “relación personal”, hablamos de algo que acontece sólo entre Jesús y nosotros, entre Jesús y quien “va a Jesús”, entre Jesús y quien “cree en Jesús”.
Y algo nos dice que “creer en Jesús” es lo mismo que “ir a Jesús”; y que el único modo que tenemos de “ir a Jesús” es “creer en Jesús”.
Si al decir fe, decimos relación personal con Cristo Jesús, relación personal con Dios en Cristo Jesús, bueno será que nos preguntemos por el significado de esa relación.
¿Qué hay al otro lado de la fe?
Para muchos, al otro lado de la fe hay sólo una idea, sólo ven una divinidad, sólo atisban la existencia de un algo.
Para ti, al otro lado de tu fe hay una historia, hay un nombre cargado de recuerdos, sea que lo llames Dios, lo llames Señor, lo llames Padre, lo llames Hijo, lo llames Espíritu Santo.
Al otro lado de tu fe hay un Credo, que es relato de una asombrosa relación de amor: el Amor que es Padre creó el cielo y la tierra –él es tu creador-; el Amor que es Hijo nació de mujer, padeció, murió, fue sepultado, resucitó de entre los muertos –él es tu redentor-; el Amor que es Espíritu Santo congregó a la Iglesia, y es fuente de comunión, de perdón, de resurrección –él es el que te santifica-.
Puede que, por demasiado familiar, el Credo te resulte poco significativo.
Si fuere así, deja que te ayuden a entrar en su significado los sacramentos con los que Dios se ha hecho cercano a la vida de su pueblo.
Verás que al otro lado de tu fe hay un Dios que te ha acompañado como nube y como luz, nube que protege de los ardores del sol durante el día, luz que ilumina la oscuridad de la noche.
Al otro lado de tu fe hay un Dios que se te ha revelado como palabra que da vida, como roca que fundamenta, como agua que apaga la sed, como promesa que da esperanza…
Al otro lado de tu fe hay un Dios que es “trigo celeste”, un Dios que es “maná”, un Dios que es “pan”.
Hoy la liturgia de la palabra te invita a entrar en el misterio de ese pan.
También tú habrás de preguntarte: “¿Qué es esto?”
Y ya no lo haces mientras recoges el pan del desierto, sino mientras te acercas a Cristo Jesús, mientras celebras tu eucaristía, mientras haces tu comunión: “¿Quién es éste?”
Escucha las palabras de su revelación: “Yo soy el pan de vida. El que vine a mí, no pasará hambre; y el que cree en mí, nunca pasará sed”.
Si escuchas y crees, si crees y vas a Jesús, se te llenan de significado nuevo las palabras del viejo salmo: “Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo… Y el hombre comió pan de ángeles”.
“Dio orden a las altas nubes”, y “las nubes llovieron al justo”. Se alzaron las antiguas compuertas, y vino a nosotros el rey de la gloria.
El que cree en Jesús, ése es el que come el verdadero pan del cielo.
Al otro lado de tu fe está un Dios que en Jesús se te hizo pan para el camino, pan para tu vida, pan medicina de inmortalidad.
Si en Jesús Dios sabe a pan, a pan ha de saber en la Iglesia, a pan ha de saber en nosotros.
Que los pobres nos encuentren en su mesa.