Esta bienaventuranza de Jesús suele caer en saco roto. Yo creo que es una de las bienaventuranzas que da un mayor sentido y contenido a eso que llamamos Reino.
No solo es la gratuidad en las relaciones sino la apuesta por la pérdida que después se transformará en algo colmado y pleno.
No es el pago retributivo en el más allá, sino un cambio efectivo en las relaciones que estableces en el más acá definitivo de la historia. Buscar a aquellos que no nos pueden devolver nada es buscar lo más profundo de nuestro ser humanos. Es desvelar el rostro de Jesús en aquellos por los que se desvivió en un amor extremado: pobres, lisiados, cojos o ciegos que siguen poblando nuestras calles aunque no queramos verlos.
Invitar a aquellos que no pueden esperar ni intuir la gratuidad, dejar de buscar el beneficio propio para perdernos en el riesgo de lo que no busca recompensa de cariño o agradecimiento, pero que siempre se convierte en medida rebosante y colmada. Devolvernos la dignidad de lo hermosamente perdido y encontrado: perla preciosa por la que vale la pena regalarlo todo.