Dichosa tú

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En este último domingo de adviento, a las puertas ya de Belén, se dibujan los previos al pesebre. Isabel, la mujer infértil que recibe el gran regalo de la vida cuando ya casi todo estaba perdido. María, la mujer que antepone los caminos a su propia comodidad (ella siempre poniendo por delante el olvido de sí misma). Y, sobre todo, el Espíritu, que llena de gozo el vientre de las madres y hace que los saludos se conviertan en bienaventuranzas y que la ingravidez del líquido amniótico sea salto de alegría y de reconocimiento de un Salvador que ya inició el camino sin retorno de nuestra carne. 

Encuentros de gozo que hace posibles el Espíritu empeñado en hacer que lo estéril sea plenamente fértil y que el cielo llueva su justicia para que la tierra haga germinar al Salvador, al Dios-con-nosotros. 

Dichosos nostros que después de mucho tiempo podemos rozar con las yemas del alma y del cuerpo toda la belleza de un nacimiento que sigue construyendo la dicha sin aspavientos artificiales. 

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